martes, 10 de enero de 2012

NUEVO CAPITULO de Mensajes para un gran amor CAPITULO 5



CAPITULO 5
Pecados eternos
(segunda parte) 





Adrián se levantó muy temprano quería ir hasta la estación de trenes sin compañía. Podía  desenvolverse mejor en su rol de productor sin su tío. Florián era amigo de todos los vecinos y eso condicionaba la presión que él pudiera ejercer sobre los entrevistados. Necesitaba conseguir buena información para su documental. Datos certeros para seguir la pista de la desaparecida.
Llegó a la estación cuando doña Ethel ya estaba ubicando las macetas y cajones en su puesto de flores. Se ofreció respetuosamente a ayudarla.

-Me da tanta vergüenza lo que pasó en mi casa, jovencito- dijo apenada la vendedora

-No es nada grave, su hijo tenía razón en molestarse. Tendríamos que haber hablado con él  antes de filmar- dijo Adrián, en realidad le parecía una idiotez la actitud del hijo de la florista.

-¿Su hijo a qué se dedica?- preguntó despreocupadamente

-Es el profesor de historia del colegio secundario. El pueblo solo tiene un establecimiento-dijo Ethel- tengo dos hijos Víctor y mi hija  mayor Dorina que es pediatra.

-¿Hace mucho tiempo que tiene el puesto en la estación?

-Desde que Víctor tenía cuatro años-comentó la mujer-mi esposo tuvo problemas económicos. Su familia perdió varias hectáreas de campo y decidió dedicarse a la jardinería.

Continuó su relato mientras acomodaba los coloridos ramos, para comenzar la jornada laboral.

-Mi marido pertenecía a una familia con buena posición económica. Sus padres fueron amigos y socios de negocios con los Molinari. Los Molinari eran los verdaderos ricos del pueblo. Pero la familia de mi esposo a pesar de no tener una fortuna tan grande como la de ellos, también gozaba de gran prestigio. Cuando mi suegro falleció  se descubrieron unos documentos,  que establecían como garantía  todas las tierras de su propiedad...

En la estación comenzaba la bulla de todos los días. Pronto llegaría el primer tren de la mañana.
Doña Ethel sacó dos banquitos de madera a la entrada del puesto. Se sentaron, para poder conversar con tranquilidad.

 -Los Valente perdieron todo lo que tenían. Don Benito, nos obsequió el terreno donde construimos nuestra casa.-exclamó doña Ethel con un gesto irónico y prosiguió -Tuvimos que empezar de cero con mi esposo. Para él no fue fácil, pasó de ser una persona adinerada a no tener absolutamente nada. Yo en cambio me sentía tranquila. Soy muy creyente y sabía que Dios no iba a abandonarnos. Mi familia tenía una fábrica de telas y nos ofrecieron irnos a trabajar con ellos, pero mi esposo prefirió quedarse en el pueblo.

 A doña Ethel  le brillaron los ojos por la nostalgia. Extrañaba demasiado al padre de sus hijos.

-Fue lindo armar este puesto, y gracias a él, pudimos criar a nuestros hijos sin problemas. Con los años mi esposo se enfermó. Un negocio así no alcanza para cubrir los gastos médicos. Nunca pudimos pagar un buen tratamiento. Su corazón se fue debilitando y falleció, pero pudo ver a sus dos hijos convertirse en profesionales. Era un hombre honesto y un gran padre-declaró acongojada.

-Doña Ethel, usted me dijo en su casa, que su cuñada podía ayudar con información para el documental. ¿Cree que le interese dar su testimonio?-consultó el joven.

- ¡Délo por hecho! Ofelia es muy egocéntrica - aseguró doña Ethel- Si usted le dice que es para televisión, será la primera en ofrecerse. Búsquela. Su tío sabe como llegar hasta su casa. Ella pudo mejorar su situación económica, tiene unos viñedos a unos pocos kilómetros del pueblo.

-Gracias doña Ethel por su ayuda. Antes de irme, quiero comprar una docena de rosas amarillas para mi tía-le pidió Adrián.


- Un ramo de flores siempre alegra el corazón de una mujer- dijo sonriendo doña Ethel.



Yendo de regreso, a casa de su tío, Adrián pasó frente a la mansión Molinari. Tenía con él una máquina de fotos, y después de asegurarse que nadie lo veía, bajó del auto y sacó varias fotos. Apenas unas imágenes de la entrada de la casa. Adrián examinó atentamente la propiedad. S dificultaba la visión por la gran cantidad de árboles.
-Pediré que me envíen varios lentes, y algún teleobjetivo. Antes de intentar entrar a la casa voy a sacar unas buenas fotos exteriores.
 ¡Al mejor estilo paparazzi! Pensó el cineasta
Adrián rió de su ocurrencia, pero sabía que posiblemente nunca conseguiría una autorización para entrar a la mansión. Un buen lente teleobjetivo aportaría las imágenes para reforzar la credibilidad de la historia.

Tío y sobrino, en la mañana, se prepararon para ir en busca de otra entrevista. Adrián decidió no llevar la filmadora, seria una visita de presentación. No quería pasar por una situación similar  a la anterior en casa de doña Ethel. Tendría paciencia y buscaría que la mujer le diera una fecha, para trabajar tranquilo y sin inconvenientes.
La información recolectada hasta ahora era la siguiente: Dalila Molinari se había esfumado. Nadie volvió a verla por el pueblo. Tuvo un grupo pequeño de amigas formado por su hermana Ester, la hija de la niñera, Rita y Ofelia Valente.

-Tienes que visitar el diario local para conseguir información. Fue fundado hace más de cuarenta años -le recomendó Florián, a su sobrino mientras desayunaban.

-Mañana iré. Creo que Ofelia Valente, puede ser la persona indicada para conseguir un testimonio importante sobre ésta historia-expresó confiado el joven.-esperemos que acceda a recibirnos.

- Me acuerdo bien que, cuando tenía ella unos quince años, y ya de más grande también, se la pasaba en la mansión Molinari. Incluso se quedaba  fines de semanas completos.

Adrián se rió con ganas, su tío era todo un chismoso.

 – ¿La controlabas tío? ¿Cómo sabías si salía o entraba de la casa?

- Acá en San Onofre casi todo se sabe o todo se esconde; así son los pueblos- replicó Florián

- De ella, ¿qué se sabe?- preguntó Adrián.

-Que era muy unida a la hija mayor de don Benito y que se dedicó a cultivar viñedos. Con sus campos le fue muy bien. Pero después que  murió don Molinari no regresó nunca a visitar a Ester.

Los dos se pusieron en marcha. En hora y media conocerían a quién había sido:
 la mejor amiga de Ester Molinari.



Esa mañana Sor Inés se despertó decidida. Poco le preocupaba  si era un pecado violar la intimidad de aquel hombre. Después de todo, se trataba de un hombre que había abandonado a su hija en una clínica psiquiátrica, como si la chica fuese una alimaña molesta. Si Dalila estaba loca, en ese diario podían figurar los motivos. Si Teresa era descendiente de una amante de Benito, también  ahí, estaría la confirmación.

Antes de prestar  su ayuda a las otras religiosas para preparar el desayuno, Sor Inés, abrió el diario nuevamente y comenzó a examinar las primeras páginas.


Continuará...


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Mensajes para un gran amor ©
Autor: Adriana Cloudy 2010 Argentina
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