domingo, 16 de diciembre de 2012

Algo agradable para leer en esta época


El Barón


¿Quién es él?-pregunté-¿Y por qué siempre se sienta solo, dándonos la espalda a nosotros?
-¡Ah!-susurró Frau Oberregierunsrat-, él es un barón.
Me miró con aire muy solemne y, al mismo tiempo, con el menor desden posible, una expresión que denotaba “qué notable no darse cuenta de eso a primera vista”
-Pero, pobre alma, él no puede evitarlo-dije-Sin duda, ese hecho desafortunado no debería excluirlo de los placeres de la relación intelectual.

Si no hubiera sido por su tenedor, creo que ella se habría santiguado.

-Sin duda, usted no puede entender. Él es uno de los primeros barones.
Algo fastidiada, se volvió y habló con la esposa del doctor, que estaba a su izquierda.
-Mi omelette está vacía...vacía-protestó-, ¡y es la tercera que pruebo!
Miré al primero de los barones. Estaba comiendo ensalada, tomaba una hoja entera de lechuga con el tenedor y la absorbía lentamente, como un conejo, en un proceso que resultaba fascinante de observar.
Pequeño y delgado, con escaso pelo y barba negros, y tez amarillenta, invariablemente lucía ropas de sarga negra, una camisa de lino basto, sandalias negras y los más grandes anteojos de armazón negro que yo hubiera visto nunca.
Herr Oberlehrer, que estaba sentado frente a mí, sonrió con aire benigno.
-Debe ser muy interesante para usted, estimada señora, poder observar...por supuesto que esta es una casa muy fina. Durante el verano nos visitó una dama de la corte española. Sufría mucho del hígado. A menudo conversábamos.
Mostre una aire gratificado y humilde.
-Ahora, en Inglaterra, en vuestras “pensiones”, uno no se encuentra con la Primera clase, como ocurre en Alemania.
-No, de verdad-repliqué, aún hipnotizada por el barón, que parecía un pequeña gusano de seda amarillo.
-El barón viene todos los años-siguió Herr Oberlehrer-, por sus nervios. Nunca ha conversado con ninguno de los huéspedes, todavía.-Una sonrisa cruzó su cara. Me pareció que tenía visiones de alguna espléndida ruptura de ese silencio, un deslumbrante intercambio de cortesía en un futuro oscuro, el espléndido sacrificio de un periódico por esa personalidad exaltada, un “muchas gracias” que se trasmitiría a generaciones venideras.
En ese momento entró el cartero, que parecía un oficial del ejército alemán, con la correspondencia. Arrojó las cartas sobre mi budín de leche; luego se volvió y susurró algo a una camarera. Ella se retiró apresuradamente. Apareció el gerente de la pensión con una pequeña bandeja. En la bandeja había una postal. Agachando con reverencia la cabeza, el gerente se la alcanzó al barón.
Por mi parte, me decepcionó que no hubiera un saludo de veinticinco cañonazos.
Al final de la comida nos sirvieron café. Noté que el barón tomaba tres terrones de azúcar, de los que puso dos en la taza, envolviendo el tercero en un ángulo de su pañuelo de bolsillo. Era siempre el primero en entrar en el comedor y el último en salir. En una silla desocupada a su lado ponía una pequeña bolsa de cuero negra.


Por la tarde, apoyada en mi ventana lo vi pasar por la calle, caminando temblorosamente y llevando la bolsa. Cada vez que pasaba junto a un farol se encogía un poco, como si temiera que el farol lo golpeara, o tal vez fuera el temor  de la contaminación con la plebe...
Me pregunté adonde iría y por que llevaba la bolsa. Nunca lo hubiera visto en el casino ni en el Establecimiento de baños. Se lo veía triste y sus pies se arrastraban en las sandalias. Me descubrí compadeciendo al barón.
Esa noche nos reunimos en grupo en el salón para discutir la “cura” del día con ardorosa animación. Frau Oberregierunsrat estaba sentada a mi lado tejiendo un chal para la menor de sus nueve hijas, que estaba en ese estado frágil e interesante...
-Pero esta destinado a resultar muy satisfactorio- me dijo-.La querida se casó con un banquero...el deseo de su vida.
Debíamos ser ocho o diez, las que nos habíamos reunidos; Las casadas intercambiamos confidencias acerca de la ropa interior y las características peculiares de nuestros maridos; las solteras discutían la ropa exterior y las fascinaciones peculiares de los “potenciales”.
-Las tejo yo misma- oí que exclamaba  Frau Lehrer- con gruesa lana gris. Él usa una por mes, con dos cuellos suaves.
-Y entonces-susurró Fräulein Lisa-él me dijo: “de verdad usted me agrada .Tal vez le escriba a su madre”.
No puede sorprender que estuviéramos con una excitación violenta, un tanto explicativa.
De repente se abrió la puerta y entró el barón.
Siguió un silencio completo y mortal.
Entró lentamente, dudó, tomó un mondadientes de un plato que estaba sobre el piano y se retiró.
Cuando se cerró la puerta, ¡lanzamos un grito de triunfo! Era la primera vez que entraba en el salón. ¿Quién podía saber que ocurriría en el futuro?
Los días se extendieron formando semanas. Seguíamos juntos y aún me obsesionaba la pequeña figura solitaria, con la cabeza gacha como bajo el peso de los anteojos. Entraba con la bolsa negra, se retiraba con la bolsa negra y eso era todo.
Al fin el gerente de la pensión nos dijo que el Barón se marcharía al día siguiente.
-¡Oh-pensé-, sin duda él no puede derivar hacia la oscuridad y perderse sin una sola palabra! Sin duda honrará ha Frau Oberregierunsrat o a Frau  Feldleutnanstwitwe una vez antes de marcharse.
A la noche de ese día, llovió copiosamente. Fui al correo y cuando estaba de pie en los escalones de entrada sin paraguas, dudando antes de sumergirme en la calle enfangada pareció que una voz vacilante me llegaba de debajo del codo.
Miré hacia abajo. Era el primero de los barones con la bolsa negra y un paraguas.
 ¿Deliraba yo? ¿Había perdido la cordura? Me estaba invitando a compartir el paraguas. Pero me mostré muy cortés, un tanto desconfiada, adecuadamente reverente. Juntos caminamos a través del lodo y del aguanieve.
Hay algo particularmente íntimo en el hecho de compartir un paraguas. Puede ponerla a una al mismo nivel que cepillarle la chaqueta a un hombre...

Un poco de osadía.
Yo deseaba saber porque él se sentaba solo, porque llevaba la bolsa, que hacía todo el día. Pero el mismo me ofreció algo de información.
-Temo que mi equipaje se humedezca-dijo-.Siempre lo llevo conmigo en esta bolsa...uno necesita tan poco...porque no se puede confiar en los sirvientes.
-Una idea sabia-repliqué. Y luego pregunté:-¿Por qué nos ha negado el placer...?
-Me siento solo para poder comer más-dijo el barón, atisbando en la oscuridad-.Mi estómago requiere muchísimo alimento. Pido porciones dobles y me las como en paz.
Lo que sonaba finalmente baronezco.
-¿Y qué hace usted todo el día?
-Tomo alimento en mi habitación- replicó con una voz que cerraba la conversación y que casi se arrepentía del ofrecimiento del paraguas.
Cuando llegamos a la pensión hubo casi un disturbio desembozado.
Corrí hasta la mitad de la escalera y agradecí audiblemente al Barón desde el rellano.
Él replicó claramente:
-¡No hay de qué!
¡Fue muy amable Herr Oberlehrer al enviarme un ramo de flores esa misma noche, y Frau Oberregierunsrat me pidió mi modelo de boina de bebé!
Al día siguiente se marchó el barón.

Sic transit gloria German mundi.

In a German Pension (1911)  Katherine Mansfield (1888-1923)



Nota de Menteimperfecta:
Un año para poner esto en mi blog, hace un año leí ese libro y me encontré que en la web sólo estaba en inglés.Me agrado leer a esta autora bueno por fin comparto el texto.
Por cierto haré cambios en el blog , yo he cambiado así el blog también lo hará.
Sigo teniendo una menteimperfecta que sufre etapas de metamorfosis.