El Barón
¿Quién es él?-pregunté-¿Y por qué
siempre se sienta solo, dándonos la espalda a nosotros?
-¡Ah!-susurró Frau
Oberregierunsrat-, él es un barón.
Me miró con aire muy solemne y,
al mismo tiempo, con el menor desden posible, una expresión que denotaba “qué
notable no darse cuenta de eso a primera vista”
-Pero, pobre alma, él no puede
evitarlo-dije-Sin duda, ese hecho desafortunado no debería excluirlo de los
placeres de la relación intelectual.
Si no hubiera sido por su
tenedor, creo que ella se habría santiguado.
-Sin duda, usted no puede
entender. Él es uno de los primeros barones.
Algo fastidiada, se volvió y
habló con la esposa del doctor, que estaba a su izquierda.
-Mi omelette está
vacía...vacía-protestó-, ¡y es la tercera que pruebo!
Miré al primero de los barones.
Estaba comiendo ensalada, tomaba una hoja entera de lechuga con el tenedor y la
absorbía lentamente, como un conejo, en un proceso que resultaba fascinante de
observar.
Pequeño y delgado, con escaso
pelo y barba negros, y tez amarillenta, invariablemente lucía ropas de sarga
negra, una camisa de lino basto, sandalias negras y los más grandes anteojos de
armazón negro que yo hubiera visto nunca.
Herr Oberlehrer, que estaba
sentado frente a mí, sonrió con aire benigno.
-Debe ser muy interesante para
usted, estimada señora, poder observar...por supuesto que esta es una casa muy
fina. Durante el verano nos visitó una dama de la corte española. Sufría mucho
del hígado. A menudo conversábamos.
Mostre una aire gratificado y
humilde.
-Ahora, en Inglaterra, en
vuestras “pensiones”, uno no se encuentra con la Primera clase, como ocurre
en Alemania.
-No, de verdad-repliqué, aún hipnotizada por el barón, que
parecía un pequeña gusano de seda amarillo.
-El barón viene todos los
años-siguió Herr Oberlehrer-, por sus nervios. Nunca ha conversado con ninguno
de los huéspedes, todavía.-Una sonrisa cruzó su cara. Me pareció que tenía
visiones de alguna espléndida ruptura de ese silencio, un deslumbrante
intercambio de cortesía en un futuro oscuro, el espléndido sacrificio de un
periódico por esa personalidad exaltada, un “muchas gracias” que se trasmitiría
a generaciones venideras.
En ese momento entró el cartero,
que parecía un oficial del ejército alemán, con la correspondencia. Arrojó las
cartas sobre mi budín de leche; luego se volvió y susurró algo a una camarera.
Ella se retiró apresuradamente. Apareció el gerente de la pensión con una
pequeña bandeja. En la bandeja había una postal. Agachando con reverencia la
cabeza, el gerente se la alcanzó al barón.
Por mi parte, me decepcionó que
no hubiera un saludo de veinticinco cañonazos.
Al final de la comida nos
sirvieron café. Noté que el barón tomaba tres terrones de azúcar, de los que
puso dos en la taza, envolviendo el tercero en un ángulo de su pañuelo de
bolsillo. Era siempre el primero en entrar en el comedor y el último en salir.
En una silla desocupada a su lado ponía una pequeña bolsa de cuero negra.
Por la tarde, apoyada en mi
ventana lo vi pasar por la calle, caminando temblorosamente y llevando la
bolsa. Cada vez que pasaba junto a un farol se encogía un poco, como si temiera
que el farol lo golpeara, o tal vez fuera el temor de la contaminación con la plebe...
Me pregunté adonde iría y por que
llevaba la bolsa. Nunca lo hubiera visto en el casino ni en el Establecimiento
de baños. Se lo veía triste y sus pies se arrastraban en las sandalias. Me
descubrí compadeciendo al barón.
Esa noche nos reunimos en grupo
en el salón para discutir la “cura” del día con ardorosa animación. Frau
Oberregierunsrat estaba sentada a mi lado tejiendo un chal para la menor de sus
nueve hijas, que estaba en ese estado frágil e interesante...
-Pero esta destinado a resultar
muy satisfactorio- me dijo-.La querida se casó con un banquero...el deseo de su
vida.
Debíamos ser ocho o diez, las que
nos habíamos reunidos; Las casadas intercambiamos confidencias acerca de la
ropa interior y las características peculiares de nuestros maridos; las
solteras discutían la ropa exterior y las fascinaciones peculiares de los
“potenciales”.
-Las tejo yo misma- oí que
exclamaba Frau Lehrer- con gruesa lana
gris. Él usa una por mes, con dos cuellos suaves.
-Y entonces-susurró Fräulein
Lisa-él me dijo: “de verdad usted me agrada .Tal vez le escriba a su madre”.
No puede sorprender que estuviéramos con una excitación
violenta, un tanto explicativa.
De repente se abrió la puerta y entró el barón.
Siguió un silencio completo y mortal.
Entró lentamente, dudó, tomó un mondadientes de un plato que
estaba sobre el piano y se retiró.
Cuando se cerró la puerta, ¡lanzamos un grito de triunfo!
Era la primera vez que entraba en el salón. ¿Quién podía saber que ocurriría en
el futuro?
Los días se extendieron formando semanas. Seguíamos juntos y
aún me obsesionaba la pequeña figura solitaria, con la cabeza gacha como bajo
el peso de los anteojos. Entraba con la bolsa negra, se retiraba con la bolsa
negra y eso era todo.
Al fin el gerente de la pensión nos dijo que el Barón se
marcharía al día siguiente.
-¡Oh-pensé-, sin duda él no puede derivar hacia la oscuridad
y perderse sin una sola palabra! Sin duda honrará ha Frau Oberregierunsrat o a
Frau Feldleutnanstwitwe una vez antes de marcharse.
A la noche de ese día, llovió copiosamente. Fui al correo y
cuando estaba de pie en los escalones de entrada sin paraguas, dudando antes de
sumergirme en la calle enfangada pareció que una voz vacilante me llegaba de
debajo del codo.
Miré hacia abajo. Era el primero de los barones con la bolsa
negra y un paraguas.
¿Deliraba yo? ¿Había
perdido la cordura? Me estaba invitando a compartir el paraguas. Pero me mostré
muy cortés, un tanto desconfiada, adecuadamente reverente. Juntos caminamos a
través del lodo y del aguanieve.
Hay algo particularmente íntimo en el hecho de compartir un
paraguas. Puede ponerla a una al mismo nivel que cepillarle la chaqueta a un
hombre...
Un poco de osadía.
Yo deseaba saber porque él se sentaba solo, porque llevaba
la bolsa, que hacía todo el día. Pero el mismo me ofreció algo de información.
-Temo que mi equipaje se humedezca-dijo-.Siempre lo llevo
conmigo en esta bolsa...uno necesita tan poco...porque no se puede confiar en
los sirvientes.
-Una idea sabia-repliqué. Y luego pregunté:-¿Por qué nos ha
negado el placer...?
-Me siento solo para poder comer más-dijo el barón,
atisbando en la oscuridad-.Mi estómago requiere muchísimo alimento. Pido
porciones dobles y me las como en paz.
Lo que sonaba finalmente baronezco.
-¿Y qué hace usted todo el día?
-Tomo alimento en mi habitación- replicó con una voz que
cerraba la conversación y que casi se arrepentía del ofrecimiento del paraguas.
Cuando llegamos a la pensión hubo casi un disturbio desembozado.
Corrí hasta la mitad de la escalera y agradecí audiblemente
al Barón desde el rellano.
Él replicó claramente:
-¡No hay de qué!
¡Fue muy amable Herr Oberlehrer al enviarme un ramo de
flores esa misma noche, y Frau Oberregierunsrat me pidió mi modelo de boina de
bebé!
Al día siguiente se marchó el barón.
Sic transit gloria German mundi.
In a German Pension (1911) Katherine Mansfield (1888-1923)
Nota de Menteimperfecta:
Un año para poner esto en mi blog, hace un año leí ese libro y me encontré que en la web sólo estaba en inglés.Me agrado leer a esta autora bueno por fin comparto el texto.
Por cierto haré cambios en el blog , yo he cambiado así el blog también lo hará.
Sigo teniendo una menteimperfecta que sufre etapas de metamorfosis.
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