CAPITULO 5
Pecados eternos
(primera parte)
Víctor Valente todavía no podía
creer lo sucedido ¡Una entrevista a su madre! Estuvo molesto todo el día,
incluso cuando despidió a Jacqueline en la estación de tren. ¡Esos dos
infelices de dónde habían salido! No discutió con su madre sobre el asunto, la
quería y respetaba. No iba a realizarle ningún reclamo. Se encerró en su cuarto
después de cenar, para seguir revisando las cartas dirigidas a Ester.
Hasta ahora las
primeras epístolas eran todas similares. El remitente rogaba que le contestaran
y juraba amor eterno. La carta que abrió esa noche dejaba notar el profundo temor
del enamorado, a causa de las reacciones del padre de su amada. Aparentemente
don Benito lo había confrontado.
- Parece que el
viejo Molinari descubrió la relación entre ellos dos. Si se trataba de un socio
de Benito, tendría casi la misma edad que el viejo. No le habrá gustado nada
enterarse Lucio estaba interesado en su
hija. Sobre todo siendo Molinari, un hombre tan autoritario y celoso como dicen
todos en el pueblo.
Comentó en voz
baja Víctor mientras releía las palabras impresas en la hoja de papel. El
profesor no podía dilucidar cuál seria la razón para tanto temor de parte del
pretendiente por el destino de su relación. Hasta ahora notaba en la lectura,
que un amor sincero había nacido entre Lucio y Ester. En su época no era raro
que hubiese una gran diferencia de edad entre el hombre y la mujer. Se podrían
haber casado tranquilamente. Pero, es cierto que toda mujer decente y encima
siendo parte de una familia de alta sociedad, necesitaba la aprobación paterna.
Al parecer Benito se había negado. Posiblemente considerando que ella era
demasiado joven para él.
Eso dejaba
entender la siguiente carta:
“...Tu padre desea lo mejor para ti.
Aunque yo sea mucho mayor, no puedo evitar verte como la mujer que deseo
convertir en mi esposa...”
Lo que seguía, era más interesante:
“...Soy tu hombre para siempre y tú
siempre serás mía como en todas esas tardes que disfrutamos juntos, amándonos.”
Víctor sonrió
maliciosamente. Ahí surgía una clara señal. No eran tan inocentes las intenciones
de Lucio. Resultaba ser hombre maduro, que pasaba sus tardes en brazos de una
adolescente.
Víctor se alegró interiormente de que el viejo Molinari
haya tenido semejantes dolores de cabeza, con su hija favorita. No obstante, el
viejo con sus aires de padre estricto y moralista, se destacó por ser un
verdadero hipócrita. Porque todo el pueblo comentaba, que a quién le gustaba
llevarse a la cama a más de una jovencita quinceañera, era justamente a don
Benito.
Podía escribir el libro a partir
de estas contradicciones en sus actitudes como padre. Sus celos paternales
sería un buen enfoque. Sin embargo, había algo extraño en el triangulo: Primero
estaba la excesiva admiración de Ester por su padre. Ella hablaba de su amor
por Lucio como si todo hubiese salido bien. Lucio supuestamente se había ido
por razones personales, pero su recuerdo perduraba de una forma demasiado dulce y romántica en la cabeza de la
anciana. Y si muestras de rencor; aceptando la separación como parte del
romance. Por otro lado, estaban las cartas que obviamente fueron escondidas por el padre de Ester para
impedir la continuidad de la relación.
Podría ser que
ella hubiese hallado la manera de
convertirse en la amante de Lucio. Aparentó por años dedicarse a cuidar de su
progenitor y vivir encerrada en su casa. Mientras tanto la mujer disfrutó de
una apasionada relación a escondidas
de Benito. Víctor soltó una carcajada.
Se imaginaba a
Ester inventando excusas a su padre para encontrarse con su amado. El viejo Molinari,
orgulloso de ejercer un gran poder sobre la vida de su hija; nunca supo que había
sido engañado de la forma tradicional, con mentiras de todos los colores. Los
enamorados habían ganado la partida.
Faltaba leer
más cartas, pero Víctor podía sumar esta historia a otros escándalos, que
estaba seguro iría descubriendo. Eran famosos los vínculos de Molinari con
mujeres del pueblo y por supuesto, las estafas a los ciudadanos locales, solo
eso faltaba corroborar, el punto que más interesaba al profesor. Satisfecho con
el rumbo que tomaba la historia meditó un rato sobre el inconveniente ocurrido
con Florián Di Marco y el muchacho con el que apareció en su casa. Estaban grabando entrevistas para realizar un documental. Un documental
sobre la desaparición de una joven hace cuarenta años. Ciertamente el hecho
estaba vinculado con los Molinari. ¿Qué pretendían con el documental?
-Debo averiguar cuales son las ideas de ese
par. No quiero que se metan con la familia Molinari y estropeen mis planes- concluyó, Víctor.
La mayor parte
de la vida del terrateniente transcurrió en su lugar de trabajo y mantuvo
recluidas a sus hijas en la mansión. Excepto a la menor, cuyo recuerdo parecía
borrado de la historia familiar. El rastro de aquella joven permanecía oculto
en la casa y también su destino. El profesor no admitía la continuación del
documental ni que le robasen información que podía incluir en su libro.
Víctor , vigilaría con atención, las actividades de los dos entrometidos y los sacaría del medio si era necesario.
Víctor , vigilaría con atención, las actividades de los dos entrometidos y los sacaría del medio si era necesario.
Sor Inés soltó
el diario, cómo si se tratase de un brasa caliente. No estaba escrito por
Dalila.
¡Era el diario
personal de su padre! Dalila se lo había llevado al hospicio.
La noche que la
internaron lo escondió entre sus pertenencias. ¿Cómo lo habría conseguido?
¿Y para qué robarlo?
La religiosa estaba
asustada e indecisa. Correspondía devolverlo al director de la clínica. No era
la vida de Dalila la que estaba en esas líneas, sino la de Benito Molinari. Y
no estaba segura de que quisiera conocer detalles personales de su vida.
La monja guardó
el diario dentro del bolsito rojo, sin leer la siguiente página. Se arrodilló
junto a su cama para rezar. Las oraciones la ayudarían a decidir que era lo
correcto por hacer.
En realidad,
Sor Inés, estaba completamente segura que a través de ese diario conocería las
acciones del padre de Dalila y Ester, y su
responsabilidad en la salud mental de su hija menor.
- Si la hija le
robó el diario, sus razones tuvo-comentó para sí.
Sólo ella sabía que Dalila robó semejante
objeto. El director de la clínica le había
asegurado que nadie tuvo acceso a él. Entonces Sor Inés se dio cuenta, que el hallazgo le permitía ayudar a su amiga Teresa. Tenía enfrente una fuente
directa de información. Si era un pecado leer el diario lo consultaría en la
mañana con el sacerdote del convento. Esa noche guardó el libro de cuero y se
durmió; sabiendo que en sus manos tenia la confesión desnuda de un hombre. Un
hombre que siempre fue una importante figura de autoridad en el pueblo. Un
hombre que afectó el destino de varias personas para bien y para mal.
Continuará...
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Mensajes para un gran amor
AUTOR: ADRIANA CLOUDY
2010 ARGENTINA © TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
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