CAPITULO 5
Pecados eternos
(segunda parte)
Adrián se
levantó muy temprano quería ir hasta la estación de trenes sin compañía.
Podía desenvolverse mejor en su rol de
productor sin su tío. Florián era amigo de todos los vecinos y eso condicionaba
la presión que él pudiera ejercer sobre los entrevistados. Necesitaba conseguir
buena información para su documental. Datos certeros para seguir la pista de la
desaparecida.
Llegó a la
estación cuando doña Ethel ya estaba ubicando las macetas y cajones en su
puesto de flores. Se ofreció respetuosamente a ayudarla.
-Me da tanta
vergüenza lo que pasó en mi casa, jovencito- dijo apenada la vendedora
-No es nada
grave, su hijo tenía razón en molestarse. Tendríamos que haber hablado con
él antes de filmar- dijo Adrián, en
realidad le parecía una idiotez la actitud del hijo de la florista.
-¿Su hijo a qué
se dedica?- preguntó despreocupadamente
-Es el profesor
de historia del colegio secundario. El pueblo solo tiene un
establecimiento-dijo Ethel- tengo dos hijos Víctor y mi hija mayor Dorina que es pediatra.
-¿Hace mucho
tiempo que tiene el puesto en la estación?
-Desde que
Víctor tenía cuatro años-comentó la mujer-mi esposo tuvo problemas económicos.
Su familia perdió varias hectáreas de campo y decidió dedicarse a la
jardinería.
Continuó su
relato mientras acomodaba los coloridos ramos, para comenzar la jornada
laboral.
-Mi marido pertenecía
a una familia con buena posición económica. Sus padres fueron amigos y socios
de negocios con los Molinari. Los Molinari eran los verdaderos ricos del
pueblo. Pero la familia de mi esposo a pesar de no tener una fortuna tan grande
como la de ellos, también gozaba de gran prestigio. Cuando mi suegro falleció se descubrieron unos documentos, que establecían como garantía todas las tierras de su propiedad...
En la estación
comenzaba la bulla de todos los días. Pronto llegaría el primer tren de la
mañana.
Doña Ethel
sacó dos banquitos de madera a la entrada del puesto. Se sentaron, para poder
conversar con tranquilidad.
-Los Valente perdieron todo lo que tenían. Don
Benito, nos obsequió el terreno donde construimos nuestra casa.-exclamó doña
Ethel con un gesto irónico y prosiguió -Tuvimos que empezar de cero con mi
esposo. Para él no fue fácil, pasó de ser una persona adinerada a no tener
absolutamente nada. Yo en cambio me sentía tranquila. Soy muy creyente y sabía
que Dios no iba a abandonarnos. Mi familia tenía una fábrica de telas y nos
ofrecieron irnos a trabajar con ellos, pero mi esposo prefirió quedarse en el
pueblo.
A doña Ethel
le brillaron los ojos por la nostalgia. Extrañaba demasiado al padre de
sus hijos.
-Fue lindo
armar este puesto, y gracias a él, pudimos criar a nuestros hijos sin
problemas. Con los años mi esposo se enfermó. Un negocio así no alcanza para
cubrir los gastos médicos. Nunca pudimos pagar un buen tratamiento. Su corazón
se fue debilitando y falleció, pero pudo ver a sus dos hijos convertirse en
profesionales. Era un hombre honesto y un gran padre-declaró acongojada.
-Doña Ethel,
usted me dijo en su casa, que su cuñada podía ayudar con información para el
documental. ¿Cree que le interese dar su testimonio?-consultó el joven.
- ¡Délo por
hecho! Ofelia es muy egocéntrica - aseguró doña Ethel- Si usted le dice que es
para televisión, será la primera en ofrecerse. Búsquela. Su tío sabe como
llegar hasta su casa. Ella pudo mejorar su situación económica, tiene unos
viñedos a unos pocos kilómetros del pueblo.
-Gracias doña
Ethel por su ayuda. Antes de irme, quiero comprar una docena de rosas amarillas
para mi tía-le pidió Adrián.
- Un ramo de
flores siempre alegra el corazón de una mujer- dijo sonriendo doña Ethel.
Yendo de
regreso, a casa de su tío, Adrián pasó frente a la mansión Molinari. Tenía con
él una máquina de fotos, y después de asegurarse que nadie lo veía, bajó del
auto y sacó varias fotos. Apenas unas imágenes de la entrada de la casa. Adrián
examinó atentamente la propiedad. S dificultaba la visión por la gran cantidad
de árboles.
-Pediré que me
envíen varios lentes, y algún teleobjetivo. Antes de intentar entrar a la casa
voy a sacar unas buenas fotos exteriores.
¡Al mejor estilo paparazzi! Pensó el cineasta
Adrián rió de
su ocurrencia, pero sabía que posiblemente nunca conseguiría una autorización
para entrar a la mansión. Un buen lente teleobjetivo aportaría las imágenes
para reforzar la credibilidad de la historia.
Tío y sobrino,
en la mañana, se prepararon para ir en busca de otra entrevista. Adrián decidió
no llevar la filmadora, seria una visita de presentación. No quería pasar por
una situación similar a la anterior en
casa de doña Ethel. Tendría paciencia y buscaría que la mujer le diera una
fecha, para trabajar tranquilo y sin inconvenientes.
La información
recolectada hasta ahora era la siguiente: Dalila Molinari se había esfumado.
Nadie volvió a verla por el pueblo. Tuvo un grupo pequeño de amigas formado por
su hermana Ester, la hija de la niñera, Rita y Ofelia Valente.
-Tienes que
visitar el diario local para conseguir información. Fue fundado hace más de
cuarenta años -le recomendó Florián, a su sobrino mientras desayunaban.
-Mañana iré.
Creo que Ofelia Valente, puede ser la persona indicada para conseguir un
testimonio importante sobre ésta historia-expresó confiado el joven.-esperemos
que acceda a recibirnos.
- Me acuerdo
bien que, cuando tenía ella unos quince años, y ya de más grande también, se la
pasaba en la mansión Molinari. Incluso se quedaba fines de semanas completos.
Adrián se rió
con ganas, su tío era todo un chismoso.
– ¿La controlabas tío? ¿Cómo sabías si salía o
entraba de la casa?
- Acá en San
Onofre casi todo se sabe o todo se esconde; así son los pueblos- replicó
Florián
- De ella, ¿qué
se sabe?- preguntó Adrián.
-Que era muy
unida a la hija mayor de don Benito y que se dedicó a cultivar viñedos. Con sus
campos le fue muy bien. Pero después que
murió don Molinari no regresó nunca a visitar a Ester.
Los dos se
pusieron en marcha. En hora y media conocerían a quién había sido:
la mejor
amiga de Ester Molinari.
Esa mañana Sor
Inés se despertó decidida. Poco le preocupaba
si era un pecado violar la intimidad de aquel hombre. Después de todo,
se trataba de un hombre que había abandonado a su hija en una clínica psiquiátrica,
como si la chica fuese una alimaña molesta. Si Dalila estaba loca, en ese
diario podían figurar los motivos. Si Teresa era descendiente de una amante de
Benito, también ahí, estaría la
confirmación.
Antes de prestar su ayuda a las otras religiosas para preparar
el desayuno, Sor Inés, abrió el diario nuevamente y comenzó a examinar las
primeras páginas.
Continuará...
Mensajes para un gran amor ©
Autor: Adriana Cloudy 2010 Argentina
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