Velika
Capitulo 1
Una madre
( novena parte)
La mudanza fue bastante rápida
debido a que en el nuevo hogar, todo estaba dispuesto para nosotros. Los baúles
se prepararon con lo indispensable. Los más emocionados eran María y Rupert, su
vida había transcurrido en el campo y ahora se trasladarían a una ciudad
visitada por turistas de todo el mundo. Tres días antes de abandonar las
montañas y el bosque apareció en busca de mi esposo, una figura
conocida. Olga anunció que solicitaban con urgencia al doctor Gusev; yo solía preocuparme
cuando pedían por mi esposo a mitad de la noche, y rogaba para que hubiesen
traído al enfermo y él no tuviese que
irse.
La figura que esperaba por el
doctor en la puerta, me era familiar: El cuidador del cementerio estaba
en mi casa. Nos reconocimos mutuamente a pesar del breve encuentro que tuvimos
en la cripta y de que habían transcurrido cinco años de ese encuentro. El
famélico hombrecito se quitó el sombrero y se inclinó un poco hacia adelante
saludándome respetuosamente. Mientras hablaba sobre sus razones para
presentarse a esa hora, su mirada se desvió sobre mi hombro y se quedó en
silencio viendo hacia las escaleras. Sus ojos claros se ensombrecieron. Me di
vuelta y vi a Velika bajando los escalones. Me interpuse entre la mirada del
sepulturero y mi hija pero, era tarde.El miedo que se reflejó en su
semblante me indicó que había reconocido en la cara de la niña, al rostro de
Irina.
Mi esposo apurado y nervioso salió de su consultorio provisto de su maletín; me besó la mejilla y me informó que probablemente regresaría en la mañana.Lo despedí desde la entrada, Nikolai subió al carruaje conducido por Rupert y el sepulturero a su carreta; desde corta distancia, el humilde transporte, despedía olor a ajo. Las ristras de ajo se lucían sujetas alrededor de la carreta para proteger a su dueño.Y hasta podría asegurar que era resiente la inusual decoración.
Mi esposo apurado y nervioso salió de su consultorio provisto de su maletín; me besó la mejilla y me informó que probablemente regresaría en la mañana.Lo despedí desde la entrada, Nikolai subió al carruaje conducido por Rupert y el sepulturero a su carreta; desde corta distancia, el humilde transporte, despedía olor a ajo. Las ristras de ajo se lucían sujetas alrededor de la carreta para proteger a su dueño.Y hasta podría asegurar que era resiente la inusual decoración.
Inga, la comadrona que atendió el
parto de Irina, había fallecido. Un viejo mal que la aquejaba se agravó
terminando con sus días. Mi esposo la recordaba como una mujer muy valiente que
ayudó a muchas personas. Y respetando su última voluntad, mi marido regresó
provisto de todos sus frascos con remedios caseros y varias plantas
medicinales. Los campesinos siempre apreciaron al doctor Gusev.
Mi esposo nunca se burló ni desdeñaba de sobre tradiciones. Nikolai estaba dispuesto aprender de la sabiduría de los más viejos sin contradecirlos.Estableció con ellos un respeto mutuo.
Mi esposo nunca se burló ni desdeñaba de sobre tradiciones. Nikolai estaba dispuesto aprender de la sabiduría de los más viejos sin contradecirlos.Estableció con ellos un respeto mutuo.
Por fin llegó el día de marchar
rumbo a nuestro nuevo hogar en Rostov. La antigua casa quedaría a
cuidado del resto de la servidumbre; se les garantizó la paga de sus servicios y nos prometieron proteger
fielmente la propiedad.
Rostov surgió en el horizonte, después de un viaje agotador. Durante el trayecto nos detuvimos varias veces, descansando durante las horas de pleno sol. No pude evitar evocar el viaje del ataúd del Conde Drácula
hacia Londres. Nuestro viaje fue mucho más agradable que el viaje del Conde y sin marineros muertos
pero, inevitablemente la sangre estuvo presente. Dos cabras nos acompañaron, a
las que se les hicieron pequeños cortes detrás de las orejas, para juntar el líquido rojo en una tacita, de la que Velika bebía. Al entrar en una zona más poblada fueron regaladas a
una pareja de ancianos, diciéndoles que las pobrecitas debieron ser usadas como
señuelos contra los lobos. Los ancianos se sorprendieron de que solo tuvieran
algunas profundas heridas en lugar de haber sido arrastradas por la jauría de
animales.
La casa nueva era mucho más
pequeña, a pesar de eso, se acondicionó un pequeño salón de música con un piano que alegró a
Velika y hubo una sorpresa para ella: El ático. Con las pequeñas ventanas discretamente protegidas por unas gruesas cortinas, se transformó en una habitación decorada
totalmente para una niña, con juguetes y libros nuevos. Yo también tuve mi propia
sorpresa, la vivienda tenia un pequeño jardín que Rupert, ahora ascendido a
jardinero, me ayudaría a cuidar diariamente.
Para conseguir el alimento de
Velika, Nikolai había arreglado con un matadero de la zona. A los
matarifes no les pareció raro que, un doctor, les pagara por juntar algunas
botellas de sangre.
Este suministro seria solo un respaldo, porque la verdadera
razón del nuevo empleo de mi esposo era conseguir sangre humana sin provocar
daño alguno. Tuve que asimilar la idea después de escuchar los fundamentos de
Nikolai:
-No hay nada que la ciencia sepa
sobre la enfermedad de Velika, ni siquiera se puede asegurar que sea una
enfermedad. Ella no puede controlar lo que reside en su cuerpo ¡Querida te aseguro que voy a
seguir investigando!, y aunque suene espantoso, sólo la sangre humana la ayudará a
tener una vida normal. Y me ocuparé que la tenga. No aceptaré que llamen
vampiro a mi hija, poco me importa lo que digan las leyendas, por eso de ahora
en adelante diremos que la niña sufre un raro tipo de hemofilia.
-¿Sospechas acaso que si tú no le
provees sangre, ella la buscará por su cuenta?
-La sangre humana es
indispensable. No entiendo la razón pero, sus exámenes indican que su cuerpo se
deteriora y se volverá más vulnerable si continúa alimentándose solamente de
sangre animal.
Y ese era el principal motivo de
nuestra mudanza. Encontrar quién nos diera la sangre que ella necesitaba. Mi
esposo comenzó a trabajar en su puesto en el hospital de Rostov y yo comencé a conocer la vida
social de la ciudad. Mientras tanto, Velika se maravillaba de ver tanta gente pasar por las calles, y se admiraba del arte y la arquitectura que embellecían Rostov. Estaba feliz de vivir en la
nueva casa. Padre e hija siempre fueron compinches y en sus paseos nocturnos
prescindían de mi presencia. En parte era mi culpa, en ese entonces, aunque lo
negara, sentía que debía protegerme de mi propia hija. Incluso intenté varias
veces hablar de lo que sentía con un sacerdote pero, al imaginar la
reacción de un clérigo renuncié a la idea. Porque a pesar de todo, amaba a mi
hija y no me permitiría que alguien la dañara, ni siquiera yo misma. Fue una
noche, en que pude comprobarlo: La escuché despertarse y María la ayudó a
vestirse, porque yo revisaba el surtido de mercadería que guardábamos en el
sótano. Apareció al rato en el sótano, como siempre risueña y de buen humor, me
pidió que me sentara y me dijo:
-Mamita escucha mi poema.
Cuando nace la noche
Velika puede jugar
Daba brincos a mi alrededor, y marcaba el ritmo de los
versos con sus saltos, de modo que mas que un poema, sonaba como una canción
de ronda infantil.
Cuando nace la noche
Velika puede correr
Sin saber la razón, sentí que la
voz de mi hija me estremecía. Era el tono en que recitaba, un tono burlón y
sombrío. Mi cuerpo se puso en guardia, como si reconociera un peligro
inminente.
Cuando nace la noche
Velika puede reír
Me dolían los nudillos de tanto apretar la
tela de la falda de mi vestido.
Cuando nace la noche
¡Velika te puede morder!
Velika me rodeó de un salto el
cuello, en un intento de abrazo. Y escuché un gruñido, al menos esa fue mi
sensación, que salía de su boca. No pude evitar un grito de sorpresa y la separé
con brusquedad de mi lado. Salí enseguida cerrando la puerta y manteniéndola cerrada firmemente con ambas manos sobre
el picaporte, rompí a llorar. Desde adentro Velika me llamó desesperada a los gritos:
- ¡Mami! ¡Mami! ¿Mamita?... ¿Te
asusté mamá?
Me sentí tan culpable y estúpida. Respiré profundamente y regresé con ella. Velika sollozaba. La abracé con
fuerzas y le pedí disculpas. Fue una reacción cobarde y además sentía que había
traicionado a mi pequeña. Le pregunté si estaba bien, asintió sin decir una
palabra. Y subió a jugar al ático, que después de todo era su cuarto o el lugar
dónde mas bien...la escondíamos.
Click en la imagen para seguir leyendo
Autor: MenteImperfecta © Adriana Cloudy 2015 Argentina
Todos los derechos reservados
No hay comentarios:
Publicar un comentario