Lizy
La maestra de Lizy ya estaba cansada e incómoda de esperar sentada en la cocina. Llevaba una hora observando como Lizy, su pequeña alumna de siete años, estaba concentrada en pintar un jardín lleno de rosas en su cuaderno. De vez en cuando, interrumpía su tarea para sujetarse un rizo rebelde que caía sobre su frente. No era habitual que tuviera que presentarse en el hogar de un niño, en este caso, su visita respondía a una inquietud personal. La niña solia tener conversaciones extrañas con sus compañeritos y temía que Lizy estuviera siendo victima de algún tipo de abuso. La muerte, últimamente parecía ser el tema favorito de la niña, y cuando la sorprendió describiendo a su compañera de banco, el proceso de la detención del corazón de un pajarillo, la docente se sintió alarmada.
—Por favor linda, dile otra vez a tu padre que estoy aquí para hablar con él—insistió la maestra.
—Se lo dije, pero quiere saber para que vino a la casa—respondió amablemente la pequeña.
—Lizy, toda la semana esperé que tu padre se presentara en la escuela, y además has faltado demasiadas veces durante el mes... Si sigues faltando perderás el año escolar.
—Es que mi padre no ha podido acompañarme al colegio.
—Entonces, buscaremos una forma de que otra persona te lleve.
Lizy quería que su maestra se sintiera a gusto en su casa. A pesar de ser sólo una niña entendía sobre la importancia de los buenos modales y ofreció preparar un té caliente.
—¡Le serviré un delicioso té, señorita Elisa!
—Con mucho cuidado, no vayas a quemarte al encender la cocina.
Cuando el agua estuvo lista, Lizy lentamente llenó la taza con una aromática infusión. Consultó la cantidad de cucharaditas de azúcar que agradaba a la educadora y luego se apresuró a ir en busca de una sorpresa:
—¡Y aquí están las galletas!—exclamó saltando la niña con una amplia sonrisa. Mientras abría la lata donde guardaba sus favoritas.
La educadora tomó una de las galletas. Eran suaves, esponjosas y realmente muy ricas.
—¡Están deliciosas!— exclamó la señorita Elisa,saboreando las masitas.
—¡Verdad que si! Me gusta comerlas por la tarde.
—Y dime Lizy... ¿Cómo te llevas con tu padre?
—Muy bien—contestó y unas migas de galletas cayeron de su boca—,cuando viene enojado del trabajo yo le preparo un té, así su enojo se va más rápido.
Mordió y masticó, tragó y agregó.
—Un té, siempre le quita lo gruñón pero yo creo que no es el té, es el azúcar.
—Lo dulce siempre nos pone felices. A nuestro cerebro le agrada el azúcar.
—¡Pero es azúcar es mágica!—dijo Lizy maravillada.
—No Lizy, ésta azúcar no tiene magia, simplemente su dulzura nos hace sentir mejor.
—Lo dulce siempre nos pone felices. A nuestro cerebro le agrada el azúcar.
—¡Pero es azúcar es mágica!—dijo Lizy maravillada.
—No Lizy, ésta azúcar no tiene magia, simplemente su dulzura nos hace sentir mejor.
La maestra levantó con su cuchara una pequeña porción de la azucarera con intenciones de darle una breve lección de ciencias.
—¡Esa si es mágica! Yo la cambié hace unos días y puse azúcar para dormir ratoncitos. Cuando la comen, ellos se quedan dormidos y felices para siempre.
—¡Esa si es mágica! Yo la cambié hace unos días y puse azúcar para dormir ratoncitos. Cuando la comen, ellos se quedan dormidos y felices para siempre.
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