EL MONSTRUO PELUDO
De Alejandra Erbiti
El monstruo peludo no tenía un pelo
de zonzo. ¡Tenía mil millones de pelos de zonzo! Tan zonzo era el monstruo
peludo que no entendía por qué las personas gritaban y salían corriendo
despavoridas apenas lo veían. Y como no entendía qué pasaba, el monstruo peludo
se aburría y se enojaba. Y cuanto más se aburría y se enojaba, más grande y más
peludo se volvía. Es que los habitantes de Pelidelfia no estaban acostumbrados
a ver monstruos. Y ahora, andaban aterrados, locos de miedo y no hablaban de
otra cosa.
—¡Yo lo vi! ¡Yo lo vi! —dijo el
señor Beto—. ¡Se me apareció así, de golpe y sin avisar! ¡Es tan, pero tan
peludo que apenas le pude ver esos cinco ojos grandotes y saltones que tiene!
—¡Qué espanto! —gritó la señora
Kiti—. ¿Cinco ojos?
—¡Nooooo! ¡Tiene más! ¡Tiene como
veinte ojos así de saltones!
—dijo el barrendero y abrió los
brazos como para atajar un penal.
—Bueno, no sé... A mí me pareció que
eran cinco, pero si usted dice que tiene más ojos, ya no estoy tan seguro —dijo
Beto—. ¡Es que es un monstruo muy, pero muy peludo!
—¡Sí, peludo, peludo, peludo! ¡A mí
también se me apareció! —dijo la panadera—. Yo no le pude ver los ojos. Pero le
vi las uñas. Son asquerosas, largas, en forma de gancho y terriblemente sucias.
—¿Uñas largas y sucias? —interrumpió
el vendedor de diarios—.¡Usted porque no le vio los dientes!
—No, no le vi los dientes —dijo la
panadera—. No es fácil verle los dientes entre tanta peludencia... ¡Entre tanto
pelo, quiero decir!
—Yo sí, le vi todos los dientes.
¡Son la cosa más horripilante que vi en mi vida!
—¡Qué horror! —exclamaron los
vecinos y siguieron conversando.
—A mí se me apareció la semana
pasada, cuando tuvimos esos días tan húmedos, ¿recuerdan? —dijo la chica del
kiosco.
—¡Sí! ¡Qué humedad tan molesta!
—recordaron todas y todos los vecinos.
—Bueno, no se imaginan qué cosa más
espantosa es ese monstruo peludo cuando hay tanta humedad. ¡Se le erizan todos
los pelos y le salen chispas!
—¿Chispas? —le preguntaron
asombrados.
—¡Sí, chispas y chispitas por todos
lados! Pero solo se pueden ver si es de noche
—¿Qui... qui... quiere decir que...
que... que a usted se le apareció el monstruo peludo de noche? —preguntó la
señora Kiti, con la voz que le temblaba de miedo.
—Sí —dijo la chica del kiosco—,
justo cuando me estaba por ir a dormir. Me asomé a la ventana y ahí lo vi.
¡Imagínense! No pude pegar un ojo en toda la noche. Me la pasé vigilando que no
se acercara a mi casa.
—¡Así no se puede vivir! Tenemos que
hacer algo con ese monstruo peludo. ¡Pensemos en algo! —dijo la panadera, y
todos se pusieron a pensar.
Y mientras los habitantes de
Pelidelfia pensaban qué hacer con el monstruo peludo, el monstruo peludo
pensaba qué hacer con los habitantes de Pelidelfia:
—¡Qué antipáticos son!
—gruñía en su escondite—. ¡Y qué maleducados!
Nadie me conversa, ni
siquiera me saludan. ¡Ni hablar de invitarme a comer un asado, o a tomar unos
mates! Lo único que saben hacer es gritar y salir corriendo. No sé qué les
pasa. No entiendo nada de nada. Me tienen harto. Estoy aburrido y enojado —dijo
y se preparó un té de tilo, porque se puso muy nervioso al pensar en todas
estas cosas feas.
Por su lado, después de
mucho discutir, a los vecinos de Pelidelfia se les ocurrió una idea
brillante... Bueno, tal vez no muy brillante...
Digamos que se les ocurrió
una idea, y punto. Enseguidita, la publicaron por todos los medios:
Al final del aviso, había un
número de teléfono, para que los pescadores, los peluqueros y las peluqueras,
la sociedad de manicuras y la de dentistas se comunicaran. Y así lo hicieron.
La brillante idea para
deshacerse del monstruo peludo era así: primero, asustarlo con tijeras de
peluquería. Si esto no era suficiente, los pescadores iban a atraparlo con sus
redes y, una vez atrapado, los peluqueros y las peluqueras le cortarían todo
ese pelo asqueroso hasta dejarlo completamente pelado; manicuras y podólogos se
harían cargo de esas uñas largas, sucias y ganchudas y, por último, un batallón
de dentistas se ocuparía de los dientes.
—Y, como en Pelidelfia
siempre hace mucho frío, si lo pelamos y le quitamos todas esas otras cosas que
nos dan miedo, seguro que ese monstruo horroroso se manda a mudar —dijo el
señor Beto, y todos lo aplaudieron, saltaron y gritaron: “¡Viva Pelidelfia!”,
“¡El que no salta no es pelidelfio!”, y cosas así.
Ya estaban todos preparados
y pertrechados, como en las grandes batallas de la historia, listos para
combatir al monstruo peludo. Esperaron, esperaron, hasta que... ¡Apareció!
Pero, como hacía mucho que
el monstruo estaba tan aburrido y tan enojado, había crecido un motón. Había multiplicado
su tamaño más de cien veces. Estaba tan enorme que tapaba la luz del sol y
parecía de noche. Y, como era un día de muchísima humedad, tenía todos los
pelos parados y, como estaba tan oscuro, se veían todas las chispas y las
chispitas que le salían por todos lados. Los habitantes de Pelidelfia se
quedaron petrificados del susto. El monstruo peludo los miró con sus dos ojos
un poquito saltones y muy tristes, y les dijo una sola cosa:
—¿Qué les hice yo para que
me traten tan mal?
Nadie supo qué responder. Es
que ese supuesto monstruo peludo no les había hecho absolutamente nada. Por lo
tanto, nadie pudo decir una sola palabra.
El monstruo peludo ya no
aguantó más. Abrió su boca gigante y, de un solo bocado, se los comió a todos.
FIN
Este cuento pertenece al
Plan Nacional de Lecturas 2021 (Argentina)
Acerca de
la autora:
Alejandra Erbiti
nació
en Buenos Aires. Escribe teatro, novela, cuento, poesía y otros géneros.Entre
sus títulos más conocidos se destacan Rumores de amores con humores, Teatro
por tres de la cabeza a los pies, Los tíos del Quinto Infierno, novela
finalista del Premio Sigmar de Literatura Infantil y Juvenil 2010 y ¡Somos
unos animales!
2 comentarios:
Yo conozco a muchos monstruos peludos 😱😂 enseguida te lo comparto como cuento de la iniciativa.
Que cuento tan genial 😂
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