Capitulo 1
Una madre
( undécima parte)
El 12 de Agosto de 1904, el
pueblo y la realeza rusa estaban de fiesta, había nacido el Zarèvich. Con la
noticia recordé aquel niño que apareció en mi sueño dándole la mano a Velika. Ese
sueño en especial lo he tenido siempre presente, un anuncio premonitorio de la
oscuridad que vendría con los años, pero en ese año en particular, teníamos
como familia nuestras propias amenazas.
En el hospital se habían dado
cuenta como las frecuentes visitas, de ciertos pacientes, no estaban
relacionadas con su salud personal, sino con un posible experimento del doctor
Gusev.
Dos colegas de mi esposo habían
dado parte al director del hospital sobre un asunto intimo; aquellos a quienes
les abrimos la puerta de nuestro hogar habían expresado formalmente en una
reunión, sin la presencia de mi esposo, de que algo aquejaba a nuestra hija. La
niña no parecía desarrollarse como cualquier niño, y era seguro que el doctor
Gusev, estuviese intentando curar la enfermedad de su hija, utilizando recursos
del hospital.
El resultado de estos rumores fue
simple: mi esposo renunció, cuando se le exigió que hablase sobre la salud de
Velika. Nikolai fue determinante, de ninguna manera permitiría juzgar su
desempeño profesional en base a cualquier problema perteneciente a su vida
personal.
Cuatro años alimentando a la niña
de sangre humana. Tuvimos suerte de marcharnos antes de que se ampliara la
investigación, porque la mayoría de los donantes eran ladronzuelos o sujetos
que dirían lo que sea por unas cuantas monedas.
Pasamos diez años con cierta
tranquilidad, sin cambios notables en la salud de Velika, ni en su desarrollo
físico. Su aspecto continuaba siendo el de una niña de cinco años, esto posiblemente
se debía a una consecuencia directa de su alimentación. Velika desafiaba la
ciencia y el cariño de padre ya no permitía que Nikolai quisiera investigar o
hacer más pruebas en la niña. Nada se podía hacer al respecto, incluso
Friederich S. perdió las esperanzas y aceptó que su pequeña amiga era un
vampiro.
Las cuestiones políticas
inquietaban a Nikolai, fue un alivio vivir refugiados en los bosques, la
disconformidad de los ciudadanos cansados del sometimiento se convertía en una
amenaza para las dinastías de Europa, y mi esposo temía que todo terminara en
una revolución sangrienta y definitiva. Es de esperarse, que cuando las
injusticias gestan al odio, éste sea imposible de detener y sus raíces terminen
alcanzándote.
En Mayo de 1915, mi vida cambiaria con
la peor de las noticias. El hombre que amaba, mi compañero, mi adorado Nikolai,
estaba muerto. Regresando de un viaje que había realizado para atender una
familia sufrió un asalto y sin piedad lo asesinaron.
Junto con su defunción me
informaron que sus homicidas fueron hallados rápidamente por la policía del Zar
y ejecutados de inmediato.
Velika me acompañó, juntas nos
trasladamos a una morgue, a reconocer su cuerpo y traerlo devuelta a su hogar. Decidimos
que descansara eternamente en nuestra propiedad, cerca de nosotras.
Los días transcurrían, y mis
deberes no me permitían convertirme en una viuda doliente. Quería pasar mis
días llorando en la oscuridad pero, sabía bien, que Nikolai nunca me hubiera perdonado si permitía que el dolor me
convirtiera en un pájaro sin nido.
Tenía una hija y con la muerte de
mi esposo tomé conciencia de lo que significaba Velika en nuestras vidas.
Recibimos dos meses después una
extraña carta de Duscha, donde por orden del tío abuelo de Velika, nos escribía
avisándonos que en Estambul nos esperaba una casa acondicionada para que ambas viviésemos tranquilas y nos alejáramos de los disturbios que iban creciendo
por todo el país.
No comenté nada al respecto con Velika. Llegaron
dos cartas más.
Me pareció un atropello que insistiera pidiéndonos que nos
marcháramos, y realmente me puse furiosa al intuir que quizás fuese mi esposo
quien hubiera realizado este pedido. Me enfurecía la idea de que mantuviese
contacto con la niñera a mis espaldas. Me enfurecía que me considerara incapaz
de tomar decisiones por mi cuenta.
Mi esposo se ocupó personalmente
en conseguir donantes para la sed de nuestra hija. Nunca me vi forzada a ser
parte directa de sus actividades y cargó sobre sus espaldas el secreto, al
igual que los que amamos a Velika, pero sé bien que como profesional hubiese
guardado el mismo recato con un paciente. Sin embargo, la nobleza de mi esposo nunca fue retribuida. Cuando sus colegas pudieron perjudicarlo, lo hicieron.
Y me dolía que no tuviera suficiente confianza en mí, para revelarme todas sus
preocupaciones.
Porque había otras situaciones
penosas que yo desconocía.
A través Rupert me enteré que,
durante años, el sepulturero encargado del cementerio donde estaba Irina había
pedido pequeñas y constantes sumas de dinero a Nikolai , a cambio de guardar
silencio, sobre el destino de la bebita nacida de un vampiro.
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