CAPITULO VI
SIN REMORDIMIENTOS
(segunda parte)
Sor Inés realizó
su rutina de obligaciones y regresó a su cuarto, para continuar con la lectura
del diario. Pensaba encontrar en las páginas esa confesión que tanto necesitaba su amiga Teresa o al menos una señal, de que su abuela, fue hija
extramatrimonial de Benito. Quizás, un testimonio de haber contratado como
niñera a su amante.
Los siguientes
párrafos trataban sobre las acciones de don Benito siendo parte de un grupo de
intelectuales, los cuales, habían donado dinero para fundar el periódico local.
El director de éste nuevo medio gráfico era esposo de una mujer, que en ese
momento, a Benito le interesaba conquistar. Se las había ingeniado para
mantener ocupado a dicho esposo, ofreciéndole importantes contactos en la
capital. De esta forma, su ingenuo rival, estaba obligado a viajar varias veces
en el mes, obteniendo Molinari espacio libre para su cortejo.
Benito
describía aquella mujer como una dama exquisita, inteligente y con aires
aristocráticos. Admiraba sus ideales sociales, que ella exponía al escribir su
columna para el periódico. Molinari estaba deslumbrado por el intelecto de esa
mujer. Una mujer con ambiciones bastante similares a las de Benito.
Escalar posiciones sociales, lograr
cierto grado de poder y destacar políticamente. Era toda una capitalista.
De ella escribió:
“... Alba es la mujer más inteligente que he conocido. Mejor tenerla
como aliada. Es increíble, verla casada
con alguien como Roberto.Un hombre simple, minúsculo y con tan poco carácter...”
Más adelante,
Molinari, describía sus encuentros
amorosos en la casa de su admirada señora. Gracias al espíritu ambicioso de
Alba, fácilmente había logrado impresionarla. Era un hombre con influencias en el pueblo y
el socio mayor del periódico, esos atributos, los utilizó para conquistarla. Y
logró complacerse varias noches bajo sus sábanas. Pero el autor, de esas ardientes
líneas en el diario, se cansó después de unos cuantos meses. Declaraba en las
siguientes páginas como se sentía aburrido de su amante. Alba buscaba formalizar la
relación y hasta le había propuesto matar a su esposo.
La atracción no
duró mucho tiempo, respecto al rompimiento con su amante, exponía su disgusto:
“... tuve
que otorgarle el diario al infeliz de Roberto. Su mujer es muy astuta. Alba es
un ser frío cuando se trata del dinero .No importa. Cediendo mis acciones, por
fin me la quitaré de encima. Podré ocuparme de otros asuntos que me atraen
mucho más.”
-Parece que su
juego no le salió del todo bien- pensó Sor Inés –no es un castigo por adulterio,
pero estuvo cerca. No hay muestras de remordimiento por nada de lo que hacia. Hasta
ahora veo claras muestras de un ser
egoísta.
El interés de
Benito por Alba se esfumó y dejó de escribir sobre ella. En cambio, comenzó a
dedicar líneas a lo impresionado que estaba del rápido crecimiento de cierta, hermosa
niña, hija de un amigo. Era su nuevo objetivo.
-¡Este hombre
no tenia escrúpulos!- dijo la religiosa, persignándose- Pensar que era un
benefactor de este convento y decían que nunca faltaba a misa.
Ojeó un poco más
el diario. Se detuvo dónde narraba detalles del cumpleaños número dieciséis de
Dalila. Contaba que lo había organizado completamente Rita y su madre,
siguiendo las indicaciones de Dalila. Al parecer, Ester y Ofelia, quisieron
ocuparse pero terminaron peleando con la agasajada.
El padre
escribió en su diario, que el evento se hizo al aire libre por la tarde y con
una exhibición de cuadros de la cumpleañera. Ester había querido hacerlo en un elegante
salón. Dalila se había opuesto. Como resultado no habló con su hermana hasta el
día de la fiesta.
“...Dalila es una excelente pintora los cuadros
que realizo de su hermana son increíblemente bellos. Ester quedo fascinada y le
dio un gran abrazo a Dalila...”
- Ya era una virtuosa mujercita-reflexionó Inés- ¿Pero
qué pasó?, para que se produjera un cambio tan radical en ella. Su padre era un
mujeriego ¿Se habrá enterado de alguna aventura de don Molinari?
La religiosa
notó, mientras leía, que pocas veces mencionaba a Sandrina, la madre de Rita y abuela de Teresa.
Se refería a ella de la misma forma que sobre Nicoletta, la encargada de la
cocina. Ambas mujeres eran las responsables del cuidado de sus hijas.
Eso sí, según
describía el viejo Molinari, Rita era tratada como una integrante de la
familia. Almorzaba en la mesa principal. Y estudiaba en el mismo colegio que Dalila, por eso eran muy
unidas las dos.
“...Decidí llevar mis hijas a pasar varios
días junto al mar. No iban desde que eran pequeñas, todavía se acordaban cuanto
se habían divertido aquella vez.
Los negocios me abruman, no son vacaciones
para mí. Lucio vino para que podamos terminar todos los contratos. Ese hombre
tiene mucha paciencia, Ester y Dalila, lo tienen de aquí para allá. Es mejor
para mí, no les tengo tanta paciencia. Prefiero pasar mis tardes conversando
con Ofelia. Claramente ha dejado de ser una niña...”
-¡Todo un viejo
verde!- exclamó la religiosa y otra vez se persignó.
Sor Inés trató
de sacar cuentas por las fechas del diario, de la edad de las chicas: Dalila ya
tendría dieciséis, Ester dieciocho años y la misma edad sería la de esa otra jovencita
amiga de ella.
El mar de entonces, es el retratado en uno de
los murales de la habitación de Dalila.
-Los recuerdos
de sus vacaciones durante su niñez. Eso representan las pinturas en la pared.
Fue la acertada conclusión de la religiosa.
Adelantó otras páginas;
ahora mencionaba Benito Molinari, varias discusiones con su socio principal. Buscaban
nuevos inversores, y su mano derecha, Lucio, se marchaba a Europa por un mes. A
Benito el manejo de los campos le exigía toda
su atención, le pesaba su rol de padre, las actividades de sus hijas lo
contrariaban. Las chicas iban desarrollando cualidades diferentes, y por ende
distintos intereses, demandaban cosas nuevas con el fin de entretenerse en la
mansión.
Ester se dedicó
con entusiasmo a la jardinería. Don Molinari tuvo que hacer construir un
invernadero. Dalila amaba la pintura, vivía escapándose con sus pinceles y
telas al campo. Nadie podía controlarla siempre se levantaba al amanecer, para
buscar paisajes nuevos. Apenas se asomaba el sol ya estaba dispuesta para dedicarse a sus
cuadros.
El progenitor
se quejaba de su soledad en el comedor. Nunca aparecía, alguna de sus dos hijas,
a la hora del almuerzo. Sor Inés se imaginaba la situación.
-Es propio de
la edad que tenían las niñas. Habían crecido. No habrá sido fácil para un padre
soltero educarlas. Sobre todo siendo un padre que también tenia sus propios
gustos e intereses y disfrutaba una vida de soltero rico.
La religiosa recordaba que siempre se lo
describió como un hombre elegante y bien
parecido, codiciado por todas las mujeres de la zona.
Salteó algunas
páginas más y de repente notó una letra diferente. Una letra desdibujada, nerviosa,
como si fuese escrita con cierta desesperación y hasta rabia:
“...Sandrina ve todo como si fuera la
voluntad de Dios. Espera que todo se arregle y pase como si no fuera nada...”
“...como puede Dios darme una hija tan
estúpida, tan idiota, una cualquiera en mi propia casa.
Una hija embarazada es algo que ni siquiera
a Dios podría aceptarle. Puedo destruir
su obra sin ningún remordimiento...”
Continuará ...
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