Amigos lectores, gracias por acompañar una de mis celebraciones favoritas, la que permite jugar con esos fantasmas, vampiros y monstruos que tanto me divertían de niña.
Para todos un FELIZ HALLOWEEN sean bendecidos por la Luna.
Lo esperado
el final del cuento.
La mujer del retrato
Parte II
Con la suma recibida a Pablo
Silmetti le alcanzó para comprarse un pequeño auto y se dedicó a dar vuelta
alrededor de la residencia tratando de dar con la modelo. Un par de noches se
asomo entre los arbustos que mantenían la privacidad de la propiedad y creyó
ver a la chica que buscaba. Para la primera semana Pablo sentía que iba a
volverse loco, había salido de aquella conversación con mucha rabia , podía
haberse reído en la cara del paralítico pero, lo indignaba pensar que ese
millonario, lo consideraba un idiota fácil de engañar con un ridículo
drama paranormal.
Torturado por esa intriga le
contó lo sucedido a su hermano menor Teo, cuyo apodo abreviaba los tres nombres
que tenia Tadeo Elmer Orlando, y que además de ser su mejor amigo, se portaba
como un devoto hermano que no dudaba en compartir dichas y problemas con su
hermano mayor. Teo era un jugador empedernido, siempre rodeado de deudas, y
cuando se enteró que Pablo ya había recibido su paga fue a buscar un poco de
dinero. Le cayó mal la broma macabra que le había jugado el viejo ricachón
a Pablo, de seguro gustaba asustar
ingenuos, para luego contar entre sus pares que había descubierto otro estúpido de quién reírse.
Apostaron al que viejo mantenía
escondida a su hija, y con ese cuento, esperaba a futuro vender todos sus cuadros
como objetos embrujados en una subasta.
Ellos dos iban a terminar con la
leyenda urbana de Moravia.
Dos semanas después del encuentro
con el millonario, Pablo y Teo decidieron ingresar a la medianoche, en la
residencia. La idea era dar con la señorita Moravia y pedirle que los ayudara a
cobrar el dinero prometido por su padre.
Al trepar la verja Pablo vio lo
que estaba oculto bajo la ropa de Teo.
- ¡¿Por qué trajiste un
revolver!?
- Es una simple precaución ¡Vamos! y no te preocupes solamente es para asustar
por si alguien nos sorprende.
Pasaron al lado del atelier que
permanecía totalmente oscuro, no estaba su modelo esperándolo como a él le hubiera gustado, para tomarla de la
cintura y besarla. Salir de ahí acompañado de la hija de Moravia al estilo de
una vieja película romántica en blanco y
negro.
Ingresaron con facilidad en la
casa. El silencio era absoluto, sin alarmas, sin perros, sin vigilantes. Dieron
vueltas por los cuartos golpeando despacio cada puerta para no asustar a la
mujer que buscaban. Hasta que, en el dormitorio principal, confirmaron que la
casa estaba vacía.
Los armarios abiertos y sin ropa.
Una cama sin sábanas y ni un rastro de que esa noche fuese alguien a dormir en
aquel cuarto. Sobre los muebles, la única señal
de los Moravia, eran fotos que estaban prolijamente ubicadas junto una serie de
cofres. Y obviamente, estos cofres, guardarían dentro joyas de gran valor.
Basto con abrir el primero para confirmarlo. A Teo le brillaron los ojos con el
mismo fulgor que la luz reflejada en los diamantes.
El hermano menor de Pablo
conteniendo la respiración se llenó los bolsillos de broches, collares y
pulseras sin escuchar los reclamos y maldiciones de Pablo.
-
¡Idiota deja eso! ¡No vinimos a robar!
- ¡Nunca tendremos otra oportunidad!-
respondió Teo con entusiasmo, pero sin levantar la voz.
Y salió del cuarto decidido a
huir con las joyas. Pablo lo manoteó cuando intentaba descender por la
escalera; Teo fastidiado lo empujó hacia atrás. Las joyas se iban, su hermano menor no quería renunciar
a ellas. Pablo volvió a tironear del hombro del ladronzuelo.
Los dos
allanadores se trenzaron en un forcejeo
que los hizo perder el equilibrio en el primer escalón. Teo rodó hasta
el final de la escalera, produciendo un ruido seco su cuerpo se contorsionó y su
cabeza terminó girada en 180 grados.
Pablo tuvo más suerte, se detuvo la mitad del trayecto hacia abajo, sin romperse ni un solo hueso. Mareado pero consiente descendió lo que faltaba arrastrándose hasta llegar a Teo. La conmoción no impidió que se diera cuenta que su hermano menor estaba muerto. Pablo gritó por ayuda. La casa siguió en silencio y a oscuras.
Pablo tuvo más suerte, se detuvo la mitad del trayecto hacia abajo, sin romperse ni un solo hueso. Mareado pero consiente descendió lo que faltaba arrastrándose hasta llegar a Teo. La conmoción no impidió que se diera cuenta que su hermano menor estaba muerto. Pablo gritó por ayuda. La casa siguió en silencio y a oscuras.
Gritó otra vez. Nada.
Una hora permanecieron en el
suelo. El artista totalmente recuperado tuvo que aceptar que había matado a Teo.
Lloró desesperado durante otra hora. Tiró con violencia de su pelo y de la
misma forma se golpeó el pecho. Era su culpa. Finalmente tomó el arma que
seguía en la chaqueta de su hermano.
Pablo cerró los ojos y puso el
arma en su sien. No podía. Era un cobarde. No podía. Tenia que hacerlo. Apretó
los parpados para tomar su última decisión. Pero un ahogo mortal lo hizo abrir los ojos nuevamente. La
sensación de que se moría.
Sangre.
La sangre se deslizaba por su
pecho como una cascada. Un disparo en la cabeza no podía permitirle sentir lo
que sentía. Se tocó débilmente el cuello.
Sangre.
Y frente a él sonriendo su
musa...La mujer del retrato.
En la mañana los cuerpos de Pablo
y Teo Silmetti fueron descubiertos por los sirvientes y enseguida llamaron a la
policía. No encontraron el arma de fuego, en cambio, en la mano de Pablo estaba
la navaja responsable del corte en su garganta y en los bolsillos de su hermano
seguían las joyas sustraídas del cuarto.
Los empleados explicaron a las
autoridades que cuando el señor Moravia no estaba en la residencia ellos, sólo
acudían cada mañana para mantener todo limpio, no tenían necesidad de un
cuidador, porque los vecinos habían echado a correr el rumor que en la noche
aparecía un fantasma en los jardines y esa superstición mantenía alejado a
cualquier intruso. Los oficiales revisaron el primer piso, la única testigo de
esa noche fatal era ese rostro femenino pintado en los veinte cuadros.
La noticia atrajo a los diarios y
la leyenda del fantasma se difundió rápidamente. El señor Moravia manifestó, a los curiosos
periodistas, que era una pena la pérdida de un gran artista como Pablo
Silmetti y lo apenaba no poder contar con su talento para realizar otro
retrato, el próximo año.
Para la justicia era acciones humanas las que provocaron el desenlace. Un intento de robo y un suicidio.
Nadie imaginaba que en realidad el
fantasma que tanto anhelaba convocar el millonario existía.
Porque suele suceder, que un daño
provoca un dolor tan feroz, que transforma a un ser en invisible dándole la
libertad para vengarse una y otra vez.
Muy joven, para soportar en su
alma el horror, se convirtió en un fantasma.
A ella habían querido violar, a
ella defendió su hermana mayor. Tenía trece años, cuando conoció aquel
miserable; fue una tarde que esperaba
ser presentada al señor Moravia, el esposo
de su hermana.
El paso de los años hizo que
jamás nadie preguntara por ella. Cada artista con su vida la ayudaba a
recuperar lo que había perdido...cada año, ella, se parecía más a la mujer de
los cuadros.
FIN
Autor Adriana Cloudy Menteimperfecta
Argentina 2015 Todos los derechos reservados
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