Velika
Capitulo 1
Una madre
( décima parte)
Velika © Autor Adriana Cloudy
Nunca pudimos encajar en el
entorno social de Rostov. Un nuevo médico, acompañado de su familia, instalado
en la ciudad fue el centro de atención durante un par de semanas; varias
esposas de médicos y algunos vecinos de nuestra cuadra, acudieron a nuestra
casa, movidos por la curiosidad. Los
colegas de mi esposo reclamaban que los
tres participáramos de sus almuerzos de bienvenida. No fue fácil eludir este
tipo de reuniones. Y menos fácil era explicarles que Velika no podía estar en
contacto con la luz del sol. Y que después de vivir rodeados de bosques necesitábamos un tiempo de adaptación a la ciudad. Varios respetaron
nuestra intimidad pero, otro facultativo, usando su jerarquía en el hospital,
insistió en presentarnos formalmente en una fiesta. La primera y última a la
que fuimos invitados.
La fiesta reunió a varias
familias de alcurnia con sus respectivos hijos; matrimonios que se conocían
mutuamente. Nosotros éramos los invitados de honor y todos esperaban
expectantes nuestra participación en la velada. El anfitrión, el doctor Boris Petrov, nos
presentó destacando la presencia de nuestra pequeña hija. Como sucedió en
Viena, varios se maravillaron del aspecto mágico e irreal de Velika, y todavía más cuando Nikolai propuso que
tocara el piano. Velika cosechó los aplausos y la admiración de los aburridos
adultos.
Pero ella no causó la misma
impresión entre el grupo de niños, cuando fueron retirados a un salón de juegos,
una de las niñas, celosa de mi hija por haber llamado la atención de
los mayores, la criticó mordazmente. Atosigó por un rato a Velika diciéndole
que tocar el piano como una marioneta no era algo trascendental. Esta
humillación provocó la risa de los
pequeños, que burlonamente junto a la niña, incitaron a que Velika hiciera algo
realmente asombroso. Algo que demostrará que tenía un talento real. Velika desconocía la crueldad de los niños, sin
embargo reaccionó con calma y le pidió a la niña que le mostrara su antebrazo; le aseguró que podía morderla sin
que ella sintiera dolor. Al principio la niña rechazó la propuesta pero luego,
seguramente sabiendo que tal agresión seria causa de castigo, aceptó el desafío
de mi hija.
La chiquilla tenía planeado gritar apenas le
clavaran los dientes. No era la intención de Velika dañarla, había desarrollado
delicadeza y suavidad para extraer sangre con sus dientes sin provocar
sufrimiento. Los pequeños aliados de la niña mayor festejaron poder presenciar
una mordedura.
El juego resultaba típico de niños como tirarse del pelo o
pellizcarse; aguantar una mordida no era tan inusual sólo que no resultó como
esperaban. A los pocos segundos, de que Velika la mordiera, la chiquilla se
desmayó sin emitir ni un gemido. Los otros niños, asombrados con el ruido seco
que hizo el cuerpo destartalado al caer sobre la alfombra, salieron corriendo
alertando a los adultos. La niña al despertarse estaba perfectamente, pero nosotros no supimos como padres que cara poner para explicar el peculiar juego
de nuestra hija.
No reprendimos a Velika, ella se
mantuvo en la escena provocada por su juego con un aire distante.
En casa, su padre conversó sobre lo ocurrido antes de acostarla para dormir; entendió que tenía que evitar provocar miedo a otros niños, que seria mejor tratar de ganarse la confianza y simpatía de los demás. Después de todo, de esa forma vivimos, escondiendo lo que nos molesta o nos duele sólo para ser aceptados por una sociedad que no quiere ser perturbada por algo que no alcanza a comprender.
En casa, su padre conversó sobre lo ocurrido antes de acostarla para dormir; entendió que tenía que evitar provocar miedo a otros niños, que seria mejor tratar de ganarse la confianza y simpatía de los demás. Después de todo, de esa forma vivimos, escondiendo lo que nos molesta o nos duele sólo para ser aceptados por una sociedad que no quiere ser perturbada por algo que no alcanza a comprender.
También tuvimos una vecina cuyo
dormitorio coincidía hacía el lado de las ventanas del ático. Pude comprobar
que solía observarnos a diario interesada en el movimiento nocturno de nuestro
hogar. Tanta era su morbosa curiosidad que incluso, la chismosa, realizó en
varias oportunidades suspicaces preguntas a Maria, cada vez que se había presentando
la ocasión, de cruzarse con nuestra cocinera en la calle. Las únicas visitas agradables que
recibimos mientras vivimos en Rostov fueron las realizadas por el médico
austriaco, solía presentarse con los brazos colmados de libros, juguetes y dulces y esperaba ansioso
que oscureciera para poder compartir la velada con Velika. Apreciábamos mucho
al doctor Frederich S. no hubo nadie que demostrará respeto y afecto por
nuestra hija como él.
Continuará...
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