CAPITULO 6
Sin remordimientos
(primera parte)
Cuando Adrián y su tío llegaron, hasta
los campos propiedad de Ofelia Valente, encontraron en el lugar varios hombres que iban y venían. Numerosos
trabajadores de los viñedos. En esas tierras se cultivaba, se cosechaba y envasaban los finos vinos que Ofelia exportaba
a diferentes países.
Una tranquera
cerrada les impedía el paso, para continuar por el ancho camino que dividía los
campos. Hacia el final del camino se distinguía una gran casa de dos niveles. No
era tan imponente como la mansión Molinari, pero demostraba un buen pasar
económico. Tenía aspecto de una residencia más moderna acondicionada para
disfrutar de la tranquilidad del paisaje.
-Preguntemos a cualquier
trabajador si nos permiten seguir hasta
la casa- sugirió Adrián.
Adrián fingió ser un reportero interesado en la
producción vitivinícola local. Un peón gordito y risueño enseguida les abrió la
tranquera, dejándolos pasar a la propiedad con su automóvil. Estacionaron frente
a la puerta principal de la casa. Una mujer mayor de mediana estatura, que a
pesar de su edad conservaba sus respectivas curvas femeninas, estaba en la
galería de la planta baja. Vestía una larga túnica color natural, que llegaba a
hasta los pies, bordada en el pronunciado escote con perlas y piedras. Al verlos descender del vehiculo se acercó al
auto con una sonrisa, mirando vivazmente al más joven de los dos visitantes y saludando
a ambos con cierta curiosidad.
-¡Buenos días,
caballeros! ¿A qué debo el honor de su visita?
Les dijo con
una exagerada coquetería en su voz.
- Discúlpenos
señora...Buenos días. No queríamos molestarla- fue la tímida respuesta de
Florián.
- No es
molestia, pero obviamente me hubiese gustado prepararme para la ocasión.
- Señora
Ofelia, me disculpo por no haberla llamado previamente por teléfono.
En la voz de su tío, Adrián notaba por primera
vez, cierta vergüenza y recato. Extraña actitud para un hombre sumamente
extrovertido. El joven recordaba, como en la casa de doña Ethel, se había
presentado desenvuelto y sonriente, y sin el menor protocolo. Aquí Florián, se
comportaba de manera acartonada, hasta con cierto resquemor. Daba la impresión
de sentir que estaba haciendo algo indebido.
- No creo que
se acuerde de mí. Yo trabajaba entregando harina en su casa, hace muchos
años... cuando era apenas un muchacho.
Lo aclaró
dudando que, una mujer como ella, tuviera memoria de un simple repartidor. A
pesar de los problemas financieros que sufrió su familia, Ofelia Valente,
siempre se comportó como una niña rica y mimada. Dividía a las personas en dos clases: las que
tenían dinero y las que no. Unas le servían para mantener su status social y
las otras para ser sus empleados. Su forma de ser con los demás era amistosa
aunque interiormente era una calculadora y se relacionaba solo con aquellos que
le convenían. Pero la mayor cualidad de Ofelia fue siempre saber manejar a los
hombres. Los hombres la perseguían, en sus años primaverales, seducidos por su
belleza y su carácter despojado de pudores. Ella gustaba de ellos y ellos
gustaban de ella.
Esa mañana,
Ofelia se alegró de que la suerte le obsequiara, la llegada inesperada de los
dos caballeros. Últimamente se sentía aburrida de la rutina diaria, y tampoco
deseaba alejarse de sus viñedos. A pesar de sus años, recibir la visita un
muchacho como Adrián, le resultaba excitante; Ofelia todavía se consideraba
capaz de provocar la mirada masculina.
Los invitó enseguida
a entrar a su vivienda. El living era de un estilo innovador, con modernos
equipos de audio y una pantalla plasma gigante. Adrián se sorprendió al ver que
estaba conectada a la última versión de playstation. ¿Quién más vivirá aquí? ¿Tal
vez los nietos de Ofelia? Se preguntó viendo varios juguetes electrónicos
desparramados por la casa.
Ella vivía sola, en aquellos campos la vida
social de Ofelia era a través de la computadora. Gustaba de la tecnología y su
edad no era un impedimento para divertirse con el Internet.
Una vez
ubicados en un confortable sillón, su tío, realizó las presentaciones formales
e intentó explicar la razón de la visita.
-Soy Florián Di
Marco, siempre viví en el pueblo dónde usted nació y...
- Claro, claro
del pueblo que gusto verlo ¡Hace tantos años que ya no voy por ahí!
Lo interrumpió
sonriendo Ofelia, jugando con su pelo
como una colegiala. Enrulaba con un dedo las puntas de su cabello. Era verdad,
que a pesar de la corta distancia, cuando se instaló en su propiedad, no quiso
regresar jamás al pueblo. Ni siquiera a visitar a sus sobrinos.
Florián continúo
hablando con un encogimiento que le impedía darle fluidez a sus palabras:
- Traje... a mi
sobrino Adrián...hasta su casa... porque es un productor de cine y...
Nuevamente
interrumpió Ofelia.
- ¡Tomemos algo
fresco, mientras conversamos!
Con un gesto
coqueto de sus hombros se levantó para dirigirse, a la barra de su bar
particular, que exhibía una sofisticada colección de botellas .En esta escena estaban
sucediendo dos situaciones: primero, Ofelia no recordaba a Florián, fingía que
le importaba que fuera proveniente del pueblo, y solo le seguía la corriente
porque, le interesaba saber quién era Adrián. Y por otro lado, Adrián no se daba cuenta que
ella lo miraba como una gavilán a un polluelo. Siempre le atrajeron los
muchachos bien parecidos y Ofelia no dudaba en sus dotes, para atraer a
cualquier hombre que le gustara. El cineasta decidió tomar la palabra, para poder
ir directamente al asunto por el cual habían viajado.
- Señora
Ofelia. Me encuentro filmando un documental en el pueblo. Es una producción muy
importante y como director, estoy interesado en poder contar con su participación
– le explicó Adrián.
-¡De verdad! - Exclamó
Ofelia conteniendo la euforia- ¡Pero qué linda idea!
Ofelia se
dedicaba con fervor a sus campos, era una mujer ocupada y rara vez hablaba con
desconocidos. El comercio de sus vinos le demandaba mucho tiempo y le gustaba
ocuparse personalmente de cada contrato. Cuando mostraba interés por alguien
era porque le convenía económicamente o le atraía sexualmente. Tenía un círculo
reducido de amigos, solía visitarlos viajando de vez en cuando a la capital.
Entonces se divertía con la vida
nocturna de la gran ciudad.
La zona, donde la peculiar mujer residía, la
tenía como dueña de todas las tierras y su mansión estaba rodeada de varias
casas construidas para sus trabajadores. Sus jornaleros, instalados en su
propiedad con sus familias, nunca entablaban una amistad con ella.
-Mis viñedos están
a su disposición. Luché varios años yo sola, pero mi empresa creció. Mis vinos
son vendidos en los mejores restaurantes. ¡ Y por fin, mi trabajo será reconocido!
Adrián le
aclaró rápidamente que no era un documental sobre viñedos, sino sobre la desaparición de una muchacha, un hecho
ocurrido hacía unos cuarenta años. Con el rostro confuso, Ofelia, miró a los
dos hombres. Entrecerró un poco sus ojos. Sus ojos eran de color azul cielo
intenso, tan lindos que los años no le habían
podido opacar su brillante resplandor. Luego de unos segundos, el brillo alegre
de su mirada cambió y se esfumó su amabilidad; se puso de pie cruzándose de
brazos y clavando una mirada furiosa en Florián, le dijo:
-¡Ya sé quién es usted! ¡Ahora le recuerdo bien!
-Mi tío me está
ayudando a descubrir el paradero de Dalila Molinari.- argumentó el muchacho que no entendía que pasaba.
¿A qué se debía el cambio de actitud de doña
Ofelia? ¿El tío habría tenido algún problema con la señora? El joven productor
no podía creer su mala suerte ¡Otra entrevista frustrada!
- ¡Si! -
confesó Florián sacando pecho-¡Yo era él qué siempre preguntaba por ella!
- ¡Qué suerte
tuviste, de que Benito no te matara!- dijo con un tono cortante y altanero la
dueña de casa.
Adrián tomó nota mental de una cosa. Ofelia era la única
que no decía Don Benito o Don Molinari. Esto se ponía interesante: Existía
cierto grado de confianza de Ofelia con el padre de Dalila.
Para evitar un enfrentamiento Adrián intervino
enseguida.
- ¡Realmente
necesito su ayuda señora Ofelia! Yo le pedí que me trajera, necesitaba
conversar con usted a solas. Que su testimonio sea parte de mi documental y
tengo poco tiempo para filmarlo. Por eso le pido que me reciba si es posible,
mañana a última hora de la tarde.
Rogó el
productor con un tono cortés y galante. La dueña de casa era toda una coqueta y
eso le causaba mucha gracia al sobrino de Florián. Pero no a Florián, que se arrepentía de haberla buscado. Era un
ingenuo al creer que había cambiado. Se le estremecía el estómago al
reencontrarse con la misma petulante mujer, después de tantos años.
Ofelia miró de
arriba abajo al joven. Con un tono de niña caprichosa exclamó
-Está bien
Adrián, mañana por la tarde lo espero. Yo trataré de ayudarlo.
Y señalando a Florián sentenció.
- ¡Pero no
quiero ningún chismoso del pueblo!
-¡¿Cómo...cómo
dice?! Yo no soy un chismoso- farfulló ofuscado Florián.
-¡Ya dije!-
espetó Ofelia
Ofelia extendió
suavemente su mano para que el joven la besara.
-Lo veo a usted
mañana por la tarde, Adrián.
Después hizo un alegre y casi ridículo medio
giro, y subió por la escalera de su casa, hacia el piso superior, dejándolos
solos. Los dos hombres se miraron estupefactos. La escena era de caricatura. Apareció inmediatamente un mayordomo; un corpulento y alto hombre moreno de origen africano.
Solemnemente les indicó.
-Caballeros
pueden retirarse. Madame Valente, ya los atendió por hoy.
Adrián estaba
sorprendido. La mujer era todo un personaje. Salieron de la residencia y subieron
al automóvil. Según lo convenido, el cineasta, regresaría sin compañía, al día
siguiente.
-Simpática,
doña Ofelia ¿No tío?- dijo el joven mordiéndose los labios para no reírse.
Florián con el
entrecejo fruncido se sentó sin abrir la boca. La visita le recordó lo
detestable que podía ser esa mujer. Su sobrino lo miraba de reojo mientras
conducía. Encendió la radio para romper el frío silencio. El tío Florián no dijo ni una
palabra hasta que estuvieron nuevamente en el pueblo.
Continuará...
Mensajes para un gran amor Argentina 2010 ©
Autor: Adriana Cloudy Todos los derechos reservados
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