sábado, 19 de marzo de 2016

CAPITULO 7 (PRIMERA PARTE)

Queridos lectores: pido disculpa por el atraso que sufren las novelas. La razón es técnica, mi computadora personal ,donde escribía y guardaba todo mi material, se quemó por un golpe de alta tensión. Por ahora, gracias a una amiga, utilizo una lapto escolar; no es lo mismo para mis ojos y pronto deberé regresarla, y la peor parte es que hasta ahora se presenta imposible costear el arreglo de la mía. 
Afortunadamente estoy hallando mis manuscritos, por eso hoy un nuevo capitulo de Mensajes para un gran amor está a punto de comenzar en el blog.

* * *

CAPITULO VII

TIEMPO PERDIDO
(primera parte)





Sor Inés llamó por teléfono a Teresa. Le avisó que esa misma tarde iría a verla para informarle los detalles de su visita a la clínica, pero que también llevaba un recado especial de la Madre Superiora, para doña Ester.
Teresa sintió todo el día a su corazón latir fuertemente en su pecho. Si la monja había confirmado que su abuela era la media hermana de su patrona… ¿Cómo se lo diría a doña Ester? o era mejor evitar una discusión y buscar directamente un abogado que se ocupará del asunto. El primer paso seria solicitar un análisis de ADN. Confirmado su parentesco, parte de la fortuna que quedaba podría ser suya.
El ama de llaves preparó el almuerzo y sirvió la mesa, disimulando su ansiedad. No quería hacerse ilusiones pero no podía evitar cavilaciones sobre su futuro.
¿Sería un día la dueña de la mansión? quedaban solo dos grandes propiedades pertenecientes a los otrora influyentes Molinari de San Onofre: La mansión y las tierras donde se encontraba la clínica. El dinero depositado en los bancos estaba administrado por una firma contable, de tal forma, que lograban cubrir todos los gastos de ambas  propiedades.
A Ester que no entendía nada de contabilidad poco le interesó conocer a cuanto ascendía su herencia. Cuando se leyó el testamento de su padre, y se le aseguró que nunca le faltaría dinero, simplemente mencionó que ella ya había perdido lo único que tenia valor en su vida.
Hubo un época en que los Molinari era dueños de casi todo el pueblo todos esos enormes campos ya estaban vendidos. Y curiosamente, varias  hectáreas en el testamento fueron otorgadas a otra mujer. Una  amiga de Ester: Ofelia Valente. Por este hecho, Ester entendió que algo extraño y desagradable había estado pasado durante años frente a sus narices. Conocía muy bien a su padre, no se caracterizaba por ser un hombre generoso pero si solía compensar favores. Especialmente favores personales.

¿Qué podía reclamar Teresa?

Sentada frente a la ventana que daba a la huerta, la empleada suspiró profundamente, el dinero no era importante. La memoria de sus fallecidos padre y abuela era lo único que la motivaba a revelar la verdad. Para darles la identidad que se les había negado en vida.
 Teresa sabía bien, que su abuela siempre fue tratada en San Onofre como una ahijada de Benito, a pesar de que las malas lenguas murmuraran otra cosa.
¡La cara que pondría doña Ester!
 Al tener que reconocer que el padre de Teresa fue su sobrino. El nieto ilegitimo de don Molinari.

 - Papá nunca quiso pedir nada a los Molinari- meditaba Teresa.

Y en esa actitud mucho tuvo que ver su abuela Rita. Ella aseguraba que en su juventud había conocido al hombre más cruel del mundo: El frío y controlador Benito Molinari.
Rita descubrió que Benito era su padre biológico al nacer su único hijo, el padre de Teresa; su bebé tenía los mismos ojos de aquel supuesto tutor; años después, cuando supo de su muerte no reaccionó, ni volvió a mencionar sus anécdotas infantiles junto a Dalila, sobre él, solo expresó cierta vez que la muerte para ese hombre era un leve castigo.
Pidió a su hijo y nieta que nunca molestaran a Ester. Pero actualmente, Ester era una anciana solitaria, sin herederos. Teresa no deseaba perjudicarla. Únicamente aclarar la situación familiar.

 



Alrededor de las 6 de la tarde, llegó sor Inés. Fue recibida enseguida por Teresa que lucía sonriente y muy nerviosa. En voz baja apenas cruzó la puerta de la cocina la interrogó:

-Hermana ¿cómo le fue? ¿Sigue en la clínica  el paciente que buscamos?

-Si querida amiga… puedo asegurarte que se encuentra bien cuidada. Pero mis noticias son algo ambiguas todavía- respondió ella, sin demostrar entusiasmo.

-¿Cómo ambiguas?- preguntó, confundida Teresa.

-No son ni malas ni buenas- Agregó Inés en el mismo tono de voz.

Las dos mujeres se miraron fijamente en silencio. Teresa tratando de adivinar que le había pasado en su encuentro; Inés buscando la manera de no decir algo que lamentara después. La religiosa mantendría firme su postura: El diario no pasaría a otras manos.


-No pude hablar con ella. De hecho no habla-dijo por fin.

-¡Está ya muy enferma! ¡Morirá pronto!

-No, su salud física es buena. Normal para su edad… el problema con ella es que no suelta palabra con nadie, según su médico desde que la internaron jamás habló.

-Entonces, está todo perdido- comentó derrotada la empleada.

-¡No todavía! Me entregaron algo que puede servir.

-¿Qué cosa?         
                                                   
-No te puedo decir.- fue la respuesta de la monja.

-¿Por qué no? ¿Qué le dieron? ¿Un archivo de salud? – preguntó esperanzada la empleada.

-Otra cosa...algo personal... un diario-se le escapó a la religiosa.

La pobre Inés  no quería desanimar a Teresa y viendo la cara de angustia de su amiga quiso darle un poquito de  aliento.

-¡Un diario! ¿Lo tiene acá?- exclamó ansiosa la empleada.

- No traje nada y prometí no mostrarlo-aseguró Inés.

 Teresa, levantó las cejas.

 -¿A quién prometió semejante cosa? ¡A Dalila! ¡No qué no hablaba!- replicó con energía, pero casi susurrando para no ser escuchada por su patrona.

 -A la persona que me lo entregó.

- Vaya… ¿Es el diario de ella?- preguntó Teresa abriendo muy grandes sus ojos.

-No exactamente-dijo la monja.

-No entiendo. Creo que es mi derecho saber más- protestó consternada Teresa.

Lamentaba no haberse atrevido a ir  personalmente a la clínica; presentarse disfrazada como lo había pensado muchas veces. Por ahora, en vista del hermetismo de Inés no podía hacer otra cosa más que esperar y aceptar la palabra de la religiosa.




Continuará.






Mensajes para un gran amor.
Una novela de Adriana Clody.
Todos los derechos reservados.Argentina 2010

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