Lluvia
Cuando regresó del primer recreo, Julieta, observó que habían tocado su carpeta.Se fue al recreo dejándola abierta en la materia de la clase, y ahora, estaba cerrada.
Su primera reacción fue de inquietud, al suponer que otro estudiante le había robado las hojas de algún trabajo práctico reciente. Pero al abrir la carpeta nada faltaba, al contrario, no le habían quitado sino dejado una especie de obsequio.
Encontró prolijamente ubicado, detrás de la tapa: un sobre. Sellado y sin datos que revelasen su procedencia. Abrió la carta que constaba de una sola página. Tenía escrito con letra cursiva, y de forma torpe pero sincera, las palabras más dulces del mundo. Se mordió los labios para no gritar de felicidad en medio de la clase. Al pie de la misiva, firmaba: Agustín.
Estaba profundamente enamorada de Agustín. Vivía a tres cuadras de su casa, y trataba de coincidir siempre con él, al momento de tomar el colectivo. Desafortunadamente en la escuela, al agrupar los estudiantes, a Julieta le tocó otra aula. Lo seguía a diario en el recreo, manteniéndose a corta distancia, a veces, disimulando su acoso con un libro en la mano que le servía para desviar su mirada, si Agustín se daba vuelta hacia ella.
Los alumnos de ambos cursos conocían los sentimientos de Julieta por el alegre y carismático Agustín. Julieta arrastraba normalmente una compañera, para ver los entrenamientos de voley o gimnasia, de los que participaba su adorado. Ella realizaba todas esas tonterías que hacen las chicas enamoradas en la secundaria y Agustín, siendo el típico chico tonto en rol de joven semental, ante su admiradora se reía con el resto de los varones del equipo de voley, cuando evaluaban a las mujeres de la escuela que los observaban sentadas en las tribunas basándose en su aspecto.
Pero ella era bonita, realmente era muy bonita. Sólo que a los catorce años ninguna chica se considera hermosa a si misma y permite que, los machos alfa en proyecto decidan a cual hembra dedicarle atención, como si estuviesen haciéndole un favor.
Mismo curso diferente división resulta similar a vivir en ciudades distintas, pero con un puente en medio por el cual desde ambos lados gustan cruzar; especialmente cuando se trata de saber que iba a preguntar en la próxima prueba el profesor de la materia que compartían.
El mayor punto en contra de Julieta era que Agustín sabía que él, le gustaba. Le había hablando unas cuantas veces, y ella no podia evitar sonrojarse. Su admiradora llegaba a intimidarlo también; normalmente Julieta se sabía todas las respuestas de los exámenes. Se destacaba por ser una chica inteligente con un promedio sobresaliente.
Y de pronto, esa carta lo cambiaba todo: Agustín le abría su corazón y expresaba que estaba dispuesto a una relación con ella.
Para el segundo recreo, Julieta dispersaba felicidad por el aire. Tomó la carta, no sintió necesidad de meterla en un bolsillo, y salió en busca de Agustín. En su cabeza se veía dándole un beso de película con todos a su alrededor aplaudiendo. Agustín se transformaba en el apasionado Romeo de Julieta.
El puberto Romeo andaba, como siempre, holgazaneando en el recreo con sus amigos. Cuando se acercó lo llamó aparte, y él sorprendido solo se apartó unos pocos pasos del grupo. No importaron las miradas curiosas, Julieta le mostró la carta con los ojos brillando de amor. De esas miradas que lanzan chispitas. Agustín no la leyó, no le hacía falta, reconoció de inmediato la epístola y aceptó su autoría.
—Sí, la escribí yo. Es mi letra…—dice torciendo la boca con un aire burlón—, era para otra chica. Es una carta que me quitó un amigo la semana pasada y te la dio a vos, como una broma.
Podría haber sido un momento sin mayores consecuencias si, Agustín, no hubiese soltado una carcajada, que llamó la atención del grupo cercano de compañeros. Incluso el ejecutor de dicha broma se dio por enterado y le arrojó con las puntas de los dedos un beso a Julieta.
El cielo comenzaba a entristecerse tapado por gruesas nubes oscuras. Todo se cubrió por el negro de un vendaval de invierno, sin embargo, no llegaba a ser tan negro como el hoyo que Julieta sentía formarse en su corazón.
El timbre ordenó que todos regresaran a sus cursos a soportar la última hora de clases.
Entre la decepción y la vergüenza, Julieta no decidía cuál de las dos sensaciones, le dolían más.
Al momento de finalizar la jornada esperó hasta ser la última en abandonar el salón, y en lugar de dirigirse a la salida, buscó refugio en un aula vacía para llorar:
Es doblemente estúpida, por pensar que Agustín finalmente se había fijado en ella y por permitir que todos se enteraran del rechazo. Corre por el pasillo del colegio herida; con una herida invisible y por esa cualidad, extremadamente dolorosa. Todos huyen del encierro escolar y ella necesita huir del mundo. Julieta llora con la misma fuerza y desesperación que las nubes. Demora casi una hora en reponerse. La tormenta se había desatado con furia pero, a ella poco le importa el viento o el frío. Hasta considera una suerte que la lluvia se entremezcle con su llanto. A pesar del ruido de los truenos, el único sonido que retumba en la cabeza de Julieta es la risotada de Agustín.
No quiere volver a verlo. No quiere regresar a la escuela.
Caminó si intentar refugiarse y subió al colectivo, completamente empapada, con el pelo y la ropa chorreando agua. Se levantó del asiento y sin estar segura si había llegado a su parada, avisó que iba a bajar. El chofer se detuvo, y tiró de la palanca que permitía abrir las puertas del transporte. No vio, distraído por la tormenta y enojado con los autos que se amontonaban cerrándole el paso, que ella resbaló del escalón al descender del transporte. Cayó directamente sobre el borde de la calle y quedó inconsciente.
El barrio estaba completamente a oscuras. La energía eléctrica suele interrumpirse por seguridad cuando el viento sacude con violencia los cables. En la oscuridad nadie se percató del cuerpo de Julieta tendido sobre el barro. Sentía su cuerpo pesado y congelado cuando reaccionó después de un buen rato; se incorporó tambaleante y comenzó a moverse arrastrando los pies.
Fue Agustín el único que por la ventana la vio pasar frente a su casa, caminando despacio. Salió sin importarle abandonar el calor de su hogar y corrió hasta Julieta. Gritó su nombre y la detuvo en medio de la calle, bajo la lluvia torrencial, la sujetó por los hombros, y levantando la voz por encima del estruendo del cielo, le confesó:
—Si me gustas, Julieta. Me gustas mucho y te quiero.
La abrazó con fuerzas como intentando hacer físicas sus palabras, y a la vez, dudando que pudiera escucharlo. El cabello de Julieta estaba tan mojado que la sangre apenas se percibía y solo al notar la mancha roja que se había formado en su propio hombro, Agustín, se dio cuenta que algo no andaba bien. Ese instante donde reconocía su amor era también una despedida. Julieta si lo escuchó. Fue lo último que oyó; quizás la forma más bonita de irse de éste mundo sea escuchando, una anhelada confesión de amor.
Un mes después, Agustín y su familia se mudaron del barrio. La lluvia no solo traía malos recuerdos al joven.La lluvia regresaba con Julieta…
Un mes después, Agustín y su familia se mudaron del barrio. La lluvia no solo traía malos recuerdos al joven.La lluvia regresaba con Julieta…
Agustín la vio pasar por la calle en distintas ocasiones, caminando en pleno aguacero. No era el único que aseguraba ver a Julieta: Los conductores ya no se detuvieron en la parada habitual del barrio, cambiaron su ruta luego de repetidos episodios donde varios pasajeros le gritaron al chofer por una chica que se había caído al descender. No había estudiante que hubiese bajado del vehículo ese día, ni los siguientes en los cuales diferentes vecinos dijeron ver al fantasma de la chica bajo la lluvia.
FIN
Autor: Adriana Cloudy © Todos los derechos reservados
Octubre 2016
Argentina
No hay comentarios:
Publicar un comentario