Quinto día de la previa del Halloween
Segunda parte y final para este relato destinado a
los más chiquitines.
Celebren el Halloween con risas y golosinas y que no
falten los cuentos de terror.
EL ESQUELETO DE LA BIBLIOTECA
De SILVIA SCHUJER
Los desencantos de un
vampiro a punto de atacar a una muchacha hermosa pusieron mis nervios a la
miseria y los 206 huesos de mi estructura empezaron a golpear se unos contra
otros haciendo el mismo ruido que las cortinas de caña cuando se mueven. Así se
encadenaron los sucesos desde entonces. El que más miedo tenía de los chicos
fue el primero en descubrirme y al principio sólo atinó a patalear para que lo
escucharan.
"El esque...le...to
se mue...ve", trataba de decir y las palabras se le quedaban pegadas en la
boca. "El esqueleto se mueve", insistía mientras los demás intentaban
descifrar sus extraños sonidos. Hasta que al fin le entendieron, me vieron y
todo fue mucho peor. Los gritos atravesaron las paredes del colegio. Los chicos
atravesaron en masa la puerta de salida de la biblioteca y la señorita Ofelia,
desconcertada, cayó desmayada a mis pies. La ambulancia llegó a los quince
minutos del hecho. Los enfermeros se llevaron a la maestra. La directora bajó
la persiana y la biblioteca se cerró hasta nuevo aviso. El nuevo aviso fue a
los pocos días. Cuando los ánimos se tranquilizaron y todo pareció volver a la
normalidad. De más está decir que nadie creyó la historia que la señorita Ofelia
y los chicos contaron con respecto a mí. No obstante, y seguramente por las dudas,
a partir de ese entonces la biblioteca solo fue visitada por alumnos que eran
enviados a buscar mapas, maestros de ciencias que llevaban frascos con formol
para sus clases y revoltosos que en vez de ser despachados a la dirección por
portarse mal, cumplían su condena entre los libros, los mapas y yo. Fue
precisamente uno de los revoltosos, Jaime, el que cambió mi vida. Aburrido
detener que pasar tantas y tan largas horas castigado en la biblioteca, una
mañana se puso a leer. Abrió el primer libro que encontró (total, todos esta
banforrados de azul como si fueran el mismo), y en voz alta leyó lo que sigue:
Cuando Jaime terminó de
leer el cuento, me miró, se rio de costado y yo supe que algo me iba a pasar.
Lo presentí a la altura de las costillas, en la zona donde hubiera tenido que
estar mi corazón. Me cuidé de no temblar para no arruinar las cosas. Sin
embargo sonó el timbre y esta vez el chico no hizo nada más importante que
desaparecer. Los días empezaron a pasar sin novedades desde entonces. Hasta que
una mañana de viernes, ayer mismo, la puerta de la biblioteca se abrió
sigilosamente y entró Jai me con una bolsita en la mano. Dio instrucciones a
unos cuantos para que vigilaran desde afuera y cerró. Primero sacó los ojos del
frasco de formol y me los colocó con goma de pegar en las cavidades
correspondientes. Después me metió la dentadura como pudo. La nariz. Me puso una
peluca que venía pegada a un gorro y por último me vistió.
De la bolsa también sacó una
camisa celeste, una corbata un pantalón largo grande. Por fin me puso un
delantal como el de él, zapatillas tipo botines y una bufanda para disimular el
cuello.
–Bueno, flaco–me dijo cuando
sonó el timbre de salida–. A formar.
Entre él y otros me ayudaron a
llegar hasta el patio donde estaban las filas.
Me sentí
el esqueleto más feliz del mundo, a pesar de las risas de mis compañeros. Todos
me querían tocar. Me agarraban la mano huesuda para saludarme y hacían un
barullo espantoso. Cuando se fueron me quedé solo en el patio. No supe qué hacer.
No tenía adónde ir. Entonces traté de recordar cómo articular los movimientos y
poco a poco me fui acercando a la biblioteca otra vez.
Ahí estaba mi lugar. Llegué
cansado pero con el ánimo y las ideas renovadas.
Así es como me siento ahora mientras trabajo sin pausa. Tengo sólo este fin de semana para mejorar las cosas. Ayer, con la ayuda de la portera que es medio chicata, nos trajimos unas sillas. Hoy ya cosí unos almohadones. Descolgué los retratos de los próceres y los cambié por unos afiches con personajes de cuentos que encontré en unas revistas. Lo que sigue es sacar el papel araña que forra los libros, y dejar al aire las tapas que están llenas de dibujos y dicen cosas que pueden interesar. El domingo, cuando termine, me voy a pegar un baño. Quiero estar limpio y fresquito para cuando llegue el lunes. Me propongo contarle el secreto a la señorita Ofelia.
Con su ayuda y un poco de suerte, capaz que me nombran bibliotecario. Y todo.
FIN
Este relato pertenece al Plan
Nacional de Lecturas de la República Argentina.
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