sábado, 29 de octubre de 2022

El esqueleto de la biblioteca (parte final)

 

Quinto día de la previa del Halloween

 

Segunda parte y final para este relato destinado a los más chiquitines.

Celebren el Halloween con risas y golosinas y que no falten los cuentos de terror.

 

EL ESQUELETO DE LA BIBLIOTECA

De SILVIA SCHUJER





Los desencantos de un vampiro a punto de atacar a una muchacha hermosa pusieron mis nervios a la miseria y los 206 huesos de mi estructura empezaron a golpear se unos contra otros haciendo el mismo ruido que las cortinas de caña cuando se mueven. Así se encadenaron los sucesos desde entonces. El que más miedo tenía de los chicos fue el primero en descubrirme y al principio sólo atinó a patalear para que lo escucharan.

"El esque...le...to se mue...ve", trataba de decir y las palabras se le quedaban pegadas en la boca. "El esqueleto se mueve", insistía mientras los demás intentaban descifrar sus extraños sonidos. Hasta que al fin le entendieron, me vieron y todo fue mucho peor. Los gritos atravesaron las paredes del colegio. Los chicos atravesaron en masa la puerta de salida de la biblioteca y la señorita Ofelia, desconcertada, cayó desmayada a mis pies. La ambulancia llegó a los quince minutos del hecho. Los enfermeros se llevaron a la maestra. La directora bajó la persiana y la biblioteca se cerró hasta nuevo aviso. El nuevo aviso fue a los pocos días. Cuando los ánimos se tranquilizaron y todo pareció volver a la normalidad. De más está decir que nadie creyó la historia que la señorita Ofelia y los chicos contaron con respecto a mí. No obstante, y seguramente por las dudas, a partir de ese entonces la biblioteca solo fue visitada por alumnos que eran enviados a buscar mapas, maestros de ciencias que llevaban frascos con formol para sus clases y revoltosos que en vez de ser despachados a la dirección por portarse mal, cumplían su condena entre los libros, los mapas y yo. Fue precisamente uno de los revoltosos, Jaime, el que cambió mi vida. Aburrido detener que pasar tantas y tan largas horas castigado en la biblioteca, una mañana se puso a leer. Abrió el primer libro que encontró (total, todos esta banforrados de azul como si fueran el mismo), y en voz alta leyó lo que sigue:




Cuando Jaime terminó de leer el cuento, me miró, se rio de costado y yo supe que algo me iba a pasar. Lo presentí a la altura de las costillas, en la zona donde hubiera tenido que estar mi corazón. Me cuidé de no temblar para no arruinar las cosas. Sin embargo sonó el timbre y esta vez el chico no hizo nada más importante que desaparecer. Los días empezaron a pasar sin novedades desde entonces. Hasta que una mañana de viernes, ayer mismo, la puerta de la biblioteca se abrió sigilosamente y entró Jai me con una bolsita en la mano. Dio instrucciones a unos cuantos para que vigilaran desde afuera y cerró. Primero sacó los ojos del frasco de formol y me los colocó con goma de pegar en las cavidades correspondientes. Después me metió la dentadura como pudo. La nariz. Me puso una peluca que venía pegada a un gorro y por último me vistió.

De la bolsa también sacó una camisa celeste, una corbata un pantalón largo grande. Por fin me puso un delantal como el de él, zapatillas tipo botines y una bufanda para disimular el cuello.

–Bueno, flaco–me dijo cuando sonó el timbre de salida–. A formar.

Entre él y otros me ayudaron a llegar hasta el patio donde estaban las filas.

Me sentí el esqueleto más feliz del mundo, a pesar de las risas de mis compañeros. Todos me querían tocar. Me agarraban la mano huesuda para saludarme y hacían un barullo espantoso. Cuando se fueron me quedé solo en el patio. No supe qué hacer. No tenía adónde ir. Entonces traté de recordar cómo articular los movimientos y poco a poco me fui acercando a la biblioteca otra vez.

Ahí estaba mi lugar. Llegué cansado pero con el ánimo y las ideas renovadas.

Así es como me siento ahora mientras trabajo sin pausa. Tengo sólo este fin de semana para mejorar las cosas. Ayer, con la ayuda de la portera que es medio chicata, nos trajimos unas sillas. Hoy ya cosí unos almohadones. Descolgué los retratos de los próceres y los cambié por unos afiches con personajes de cuentos que encontré en unas revistas. Lo que sigue es sacar el papel araña que forra los libros, y dejar al aire las tapas que están llenas de dibujos y dicen cosas que pueden interesar. El domingo, cuando termine, me voy a pegar un baño. Quiero estar limpio y fresquito para cuando llegue el lunes.  Me propongo contarle el secreto a la señorita Ofelia. 

Con su ayuda y un poco de suerte, capaz que me nombran bibliotecario. Y todo.

FIN

 

Este relato pertenece al Plan Nacional de Lecturas de la República Argentina.



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