Velika
Capitulo 1
Una madre
Comunicar nuestro viaje causó
preocupación entre la servidumbre; por una lado María esperaba acompañarnos,
solo ella, preparaba a escondidas del resto de los sirvientes, la dieta de
Velika. Yo agradecía en mi corazón, que pudiese realizar la inusual tarea de
preparar su peculiar alimentación. Y Rupert desconfiaba de la situación
política que se vivía en Austria. Sin embargo, mi marido aclaró que viajaríamos
sólo los tres, y que no debían inquietarse por nosotros.
Por otro lado, Velika, no pareció
entusiasmada de tener que abandonar su entorno. Para animarla su padre le
aseguró, que conocería los lugares donde Mozart componía y ella tiernamente le
dijo que estaba dispuesta a jugar con Amadeus, si él le prestaba su piano. Mi
dulce niña hablaba tan convencida de sus intenciones que no podíamos menos que
reírnos de su gracia.
Los preparativos fueron tan
atractivos como el viaje, varias semanas Velika
disfrutó la visita de la modista, quién nunca la había visto antes,
porque ella enviaba sus vestidos, a pedido de mi esposo.
La modista era una regordeta
mujer que vestía de rojo y negro, llegó acompañada de una delgaducha jovencita
de largas trenzas. Las dos se sorprendieron del porte de una criatura tan
pequeña.
- ¡Es la imagen viva de un
princesa celestial!- exclamó exageradamente cuando la vio entrar al salón. Me
sentí orgullosa e incómoda, no aprobaba que sus disparatadas observaciones convirtieran
a mi hija en una vanidosa. Por suerte, Velika no parecía entender los halagos
que recibía de las extrañas mujeres.
Tanto la modista como su ayudante
admiraron embelesadas el largo cabello rubio plata cuyas puntas terminaba en un
rizo, y que normalmente lo llevaba peinado. Duscha y yo inventábamos diferentes
peinados para satisfacer la coquetería de Velika. Y la piel que jamás había
sido tocada por el sol, le daba una imagen angelical. Claro que no todos
pensaban igual; entre nuestro personal de servicio, Velika producía diferentes
reacciones, como pude descubrir una tarde al escuchar una conversación:
- ¡La niña es tan obediente! muy
diferente a mis hijos, esos son unos verdaderos salvajes que en vano intento
corregir con buenas palizas- le decía Olga a Myriam, ambas mujeres se encargaban
de la limpieza y el lavado de la ropa y tenían acceso a todos los cuartos de la
casa. A lo que Myriam, con el descaro que invita el creer que nadie escuchaba,
exclamó – Pues la verdad a mí, la niña me causa miedo...hay algo que no puedo
explicar, te juro que intento no cruzarme con ella ¿No te parece extraño que
le permitan estar despierta hasta avanzada la noche?
Pasé por alto esa impertinencia
porque, después de todo, los sirvientes no pueden guardar una extrema simpatía
hacia sus amos, pero fue mi primera advertencia sobre la impresión que mi hija
podía causar a los extraños.
Con media docena de vestidos
nuevos se cerraron los baúles y maletas. Todo estaba listo para emprender el
viaje. A Duscha le fueron pagaron dos meses adelantados de sueldo, y se le
informó que mediante una carta se le avisaría de nuestro regreso. Ella nos dijo
que aprovecharía sus vacaciones forzadas, para visitar a su madre en Moscú. Nuestro
itinerario estaba arreglado para arribar a la capital de Austria durante las
primeras horas de la noche. Al llegar a Viena inmediatamente nos dirigimos al
hotel donde, un amigo de mi esposo, había pagado previamente nuestra estadía. Y
nunca supe cuales habrán sido las recomendaciones que se hicieron acerca de
nosotros porque, para nuestra sorpresa, salieron a recibirnos con pompa y
honores. El conserje, apareció acompañado de tres botones del hotel y nos
saludó efusivamente:
- ¡Doctor Nikolai Gusev y señora Gusev,
bienvenidos al corazón del Imperio! ¡Es un honor contar con vuestra presencia!
El simpático austriaco me ofreció su mano, y
realizando una reverencia, me ayudó a descender del carruaje. En la entrada dos
violinistas interpretaban un vals vienes en nuestro honor. Varios transeúntes
se detuvieron para ver quienes eran, los célebres viajeros. Me resultó bastante
vergonzoso el pequeño revuelo que provocamos, sin embargo, fue Velika, quien despertó
la admiración de los huéspedes y del personal del hotel. Vestida con un abrigo
color rosa y llevando unas mariposas y cintas blancas en su pelo, todos se
maravillaron de lo bonita que se veía.
Caminaba frente a nosotros con la mirada en alto, y llena de curiosidad al
verse rodeada de tantas personas desconocidas. Permitió que dos abuelitas
besaran sus mejillas y acariciaran sus bucles. Respondió con gran desenvoltura
cada demostración de ternura, agradeciendo en un perfecto alemán e incluso
hasta en inglés.
La mayoría de nuestros paseos por la ciudad de
Viena fueron nocturnos, de esta forma Velika podía acompañarnos. Teníamos a
favor que el ocaso se presentaba más temprano, porque estábamos en Otoño, permitiéndonos
recorrer la fastuosa ciudad con nuestra hija, desde antes del anochecer. Fuimos
a la Opera, y a varios bares donde escuchamos: en algunos a las orquestas
tirolesas y en otros recitar sus versos a los poetas. Asistimos a un baile de
gala y nuestras excursiones favoritas fueron la visita a los museos de arte y
las casas algunas difuntas celebridades austriacas.
Una mañana, cuando ya sabia de
memoria que calle tomar para regresar al hotel, me permití una caminata en
solitario. Encontré una tienda de libros y le solicité al encargado que me
recomendase algunas novedades en literatura. Me mostró varios títulos,
guardando sus elogios para una novela británica que, según el dueño de la librería,
era un éxito en ventas. El autor se llamaba Bram Stoker y estaba logrando
reconocimiento con su obra: Drácula. Stoker,
se había basado en la figura de un héroe rumano para dar rienda suelta a una
siniestra historia. La novela tenía como protagonista a un aristócrata strigoi,
el más poderoso que jamás se hubiese conocido.
Examiné el ejemplar mientras
escuchaba las adulaciones del vendedor. Las leyendas de mi tierra natal estaban
narradas oscuramente por un inglés. - ¡Por el amor de Cristo!- pensé - ¡Cómo se
atrevió a retratar a nuestros nobles como unos monstruos inmorales!
Observé el titulo grabado tratando de contener
mi indignación. Pagué sin hacer comentarios por el libro y lo guardé enseguida
en mi bolsa. Yo misma tenía que saber de que se trataba.
El temor hacia los strigoi, durante años,
había provocado una histeria colectiva en toda Europa. La emperatriz Maria
Teresa de Austria estuvo muy interesada en el vampirismo: el mito del vampiro
provocaba la profanación de las tumbas. Una buena católica como ella, no podía
permitir tales ofensas al eterno descanso de los muertos. Se decía, que en
varias regiones las estacas estaban preparadas para atravesar el corazón del muerto;
apenas el sacerdote terminaba el responso se cortaban cabezas y realizaban otras
vejaciones similares a las que yo había
visto en el sepulcro de Irina. Los bebedores de sangre, que atormentaban el
mundo de los vivos, fueron buscados en toda la región de los Cárpatos. La
emperatriz había confiado la importante misión, de comprobar la veracidad de
los supuestos casos de vampirismo, a un eminente médico holandés. Quien le
confirmó a su majestad que semejantes criaturas no existían. ¿Qué habría
pensado Gerard van Swieten acerca de Velika?
Entré al cuarto del hotel sin hacer ruido,
Nikolai y Velika dormían profundamente. Aquel día fue la primera vez que le
oculté algo a mi pareja, escondí el libro entre la ropa que permanecía en un
baúl de viaje, y luego durante el almuerzo traté de disimular mis alterados
nervios frente a mi esposo. Decidí leer la novela cuando estuviese en mi hogar.
No deseaba obsesionarme con la idea de los vampiros, porque sólo provocaría
problemas en mi matrimonio o peor todavía, yo también terminaría presa de la
demencia que consumió a Irina.
A pesar de mi esfuerzo, cada vez
me costaba más fingir que éramos una familia común. No existían los amigos que
nos visitaran o los parientes maliciosos que desparramaran chismes, y sin
embargo, sentía que no podríamos mantener ocultos los hábitos de nuestra hija
durante mucho tiempo.
En Viena, mi esposo se las
arregló para conseguir sangre de un matadero, y a escondidas en nuestro cuarto,
todas las noches la alimentábamos. Aquel viaje familiar no fue únicamente para
darnos un descanso de la rutina doméstica. Nikolai había descubierto un
especialista en comportamiento compulsivo. El facultativo informado de cada
detalle sobre la salud de Velika, por un intercambio de cartas con Nikolai,
insistió en conocer a nuestra hija.
Una nueva corriente de la medicina se
fortalecía, defendiendo una teoría sobre la raíz de ciertas enfermedades; dicha
teoría consideraba que muchos síntomas manifestados por el enfermo podían tener
su origen en la mente. Los estudiosos, según me explicó mi esposo, se buscan en
el subconsciente, la causa que impulsa al enfermo a mantener determinado vicio
o comportamiento, y una vez descubierto, realizan el tratamiento apropiado para
curar definitivamente al paciente de su infame condición.
El doctor Frederich S. había
insistido especialmente que no se le dijera a Velika, sobre la visita que
haríamos a su hogar y tampoco mencionarle que en dicha casa vivía un doctor. Frederich S. era un hombre joven y muy guapo;
sus ojos azules poseían un brillo travieso y en sus actitudes demostraba un
exceso de simpatía con la personas; al ver su vivacidad no se podía pensar que
fuese un formal catedrático; conservaba el aspecto de un estudiante en sus
primeros años. Conversamos los tres, compartiendo un café en la biblioteca, y
permitimos a Velika dar vueltas por la casa, que constaba una sola planta. El
doctor era soltero y no necesitaba demasiado espacio. Uno de los cuartos estaba
destinado a recibir a los pacientes y en ese cuarto, más tarde, nos esperaba
una sorpresa.
Continuará...
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Velika 2015 Autor: Adriana Cloudy Todos los derechos reservados ©
1 comentario:
El doctor es vampiroooooooo
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