Tercer día de la
previa de Halloween
Un
nuevo relato para evitar que duerman tranquilos les trae MenteImperfecta...
Pero
esta vez para leerle a los peques de la casa. Porque todo niño debe acercarse
a la lectura.
EL ESQUELETO DE LA BIBLIOTECA
De SILVIA SCHUJER
Primera Parte
Ahí estaba yo. Entre un montón
de mapas enrollados como tubos y el armario con puertas de vidrio. Me pararon
en ese lugar cuando estrenaron la biblioteca y ahí que dé hasta que pasaron las
cosas: La biblioteca se inauguró una mañana. Hubo gran revuelo en la escuela
ese día. En principio, suspendieron las clases.
Los únicos invitados a
presenciar el acto fueron los maestros, los directores, los vices, los inspectores
y, por supuesto, el intendente. Las autoridades se ubicaron ante la
puerta. Cortaron una cinta, descubrieron una placa, aplaudieron y entraron (días
más tarde la secretaria recordaría que olvida ron entonar el Himno).
Brillaba todo. El piso recién
encerado, los vidrios de las ventanas, los libros forrados con papel araña
azul, los frasquitos con formol que contenían por orden de aparición un cerebro,
una nariz, una dentadura perfecta, un par de ojos, una mano, una víbora y otros
bichos muy bien conservados; el grupo de mapas, los retratos de próceres
recolectados de todas las aulas para decorar un poco el ambiente y, por supuesto,
YO: el esqueleto que estaba parado como un centinela.
Las personas allí reunidas
recorrieron el salón con la mirada en pocos segundos y, en menos aún,
descorcharon unas botellas de champán para acompañar (luego del brindis) las masas
y sandwichitos de miga ubicados en cuatro escritorios con manteles blancos y
almidonados para la ocasión. Concluido el acto, la gente se fue retirando, y a
los pocos minutos una señora sacó los restos de comida, los vasos, los manteles
y hasta los escritorios. Pasó un escobillón, bajó las persianas y así, en
penumbras, abandonó el recinto inaugurado y nos encerró con llave.
Al día siguiente, la biblioteca
se abrió apenas los chicos terminaron de cantar Aurora para izar la bandera. De
a un grado por vez, arrancando con los de séptimos, los alumnos empezaron a
llegar con sus maestras a conocer el lugar.
A casi todos se les ocurría lo
mismo: pararse frente a la puerta, observar la placa, formar tomando distancia
para no amontonarse al atravesar la puerta y entrar en silencio. Hacían un
recorrido que empezaba por los libros: los de texto por allí, las enciclopedias
por acá, los de entretenimiento por el otro rincón, etcétera. (Había que
aprender a distinguir unos libros de otros por el tamaño, ya que todos estaban
forrados del mismo color). Continuaban por los mapas: los alumnos debían estar encantados
de asistir a una escuela con semejante cantidad de material para conocer mejor
la geografía del mundo. Acto seguido, una rápida mirada a los frascos con formol:
el cerebro, la dentadura,(algunas maestras, algo impresionadas, desviaban la
vista antes de llegar a la víbora mientras los chicos se baboseaban
deslumbrados). Por último me mostraban a mí, aclarando que el cuerpo humano
está formado por 206 huesos y que eso (o sea yo) era una réplica perfecta.
La única persona que encaró
las cosas de otra manera fue la señorita Ofelia.
Primero, porque no hizo formar
a los chicos para entrar.
Segundo, porque se sentó en el
suelo con ellos.
Tercero, porque les empezó a
leer los cuentos de un libro que encontró.
Y cuarto, porque no me
presentó como el esqueleto. "Saluden al flaco", dijo, y me señaló como
al pasar.
Leyó un cuento gracioso y los
chicos se rieron hasta contagiarme. Supongo que los huesos se me movieron y en
el tumulto no se notó. Después del gracioso, contó un cuento de amor. Triste,
para mi gusto. El tercero fue una historia de flamencos de la selva. Dejó para
el final el de terror.
A partir de este último cuento, el
clima en la biblioteca pareció cambiar.
Los ojos de todos empezaron a
abrirse y los corazones a inquietarse. Los latidos de unos cuantos retumbaron
en el silencio, acrecentando el misterio y la desazón.
Por mi parte, la tenebrosa historia que la señorita Ofelia contaba empezó a aterrorizarme y a ponerme los huesos de punta desde el empeine hasta el occipital. El pánico me fue ganando de tal modo que cuando me quise acordar estaba temblando como un cobarde.
(Continuará)
1 comentario:
😯😯😯 biblioteca 🖤🖤🖤
Saludos desde Plegarias en la Noche
Publicar un comentario