Antonio
-Doctor, el niño ha vomitado unas
cinco veces esta mañana-. Informó Estela, la enfermera a cargo del turno
matutino, apenas vio entrar en el pabellón al pediatra.
El niño llevaba unas 72 horas de internación y
los cambios favorables eran mínimos. Habían logrado bajar su temperatura y
trataban de mantenerlo hidratado. No recuperaba del todo la conciencia envuelto
todavía entre el cansancio y los delirios de su estado Lo habían hallado en
estado de hipotermia al costado de una ruta. La policía no tenía ninguna
denuncia de un niño desaparecido que coincidiera con sus características
físicas. Tendría alrededor de ocho años, su cabello era castaño oscuro, sus ojos
negros, de contextura normal para su edad. Al encontrarlo vestía un trajecito
de chaqueta y pantalón corto azul marino de terciopelo y una camisa blanca. Un
traje anticuado que posiblemente, se tratara más bien de un disfraz. Fue
caratulado como una victima de abandono, pero no se descartó que se tratase de
un secuestro, sin embargo, nadie en tres días había presentado una denuncia por
su paradero.
- ¿Y dijo cómo se llama?- quiso saber
el doctor Gutiérrez.
- No - contestó la enfermera- sigue
indiferente a nuestras preguntas.
Que no hablase era sintomatología
de abuso físico y psicológico. Sus análisis eran normales y no presentaba
marcas en su cuerpo. Siendo un niño, no era raro que le costase recuperarse de
las horas de soledad y frío. Al quinto día ya sin fiebre, el doctor aconsejó
que lo llevaran al pabellón de juegos para los niños. Permaneció sentado en un
rincón. Otros niños se le acercaron pero él siguió en silencio. Había
transcurrido media hora cuando la fiebre retornó. Un sudor frío lo hacia
temblar, enseguida lo regresaron a su cuarto.
Como no se trataba de algo
contagioso tenia permitida las visitas. Una niña pequeña pasó la siguiente
tarde, junto a su cama. A pesar de tener unos cinco años, la chiquilla, hablaba
con propiedad y era muy inquieta. Era conocida por visitar a los demás niños,
siempre daba vueltas por otras habitaciones cuando se sentía aburrida. El
doctor se alegró al ver que su paciente tenia compañía.
- Se llama Antonio- le expresó
simpáticamente la pequeña y le entregó su dibujo al doctor Gutiérrez. Era un
retrato de ella y el niño sujetados de la mano y tenia escrita una palabra rara
al costado.
El médico sintió un inexplicable y
creciente terror al contemplar los trazos. Un garabato de palotes propios de un
infante. Culpó la sensación desagradable, a que llevaba demasiadas horas en el
hospital. Entonces notó que Antonio estaba viéndolo fijamente; el médico le
mostró una sonrisa forzada y le dijo:
- Parece que tienes una nueva
amiga- dio vuelta la hoja para que viese el dibujo y el niño puso sus ojos en
blanco, girando totalmente sus globos oculares. En su rostro los ojos se
volvieron tan blancos como el monigote que lo representaba en el dibujo.
El doctor Gutiérrez le sujetó la
cabeza pensando que era un ataque epiléptico. Y el niño comenzó a reír. Una
risa estridente, que retumbaba con un sonido metálico. El doctor no supo cuánto
duró esa repentina crisis nerviosa porque, él mismo sintió un empujón dentro
de su mente.
Al soltar la cabeza de Antonio, éste dormía pacíficamente. El doctor miró otra vez el dibujo, lo dobló y guardó en su bolsillo. Él también necesitaba descansar y salió enseguida en busca de una taza de café.
Al soltar la cabeza de Antonio, éste dormía pacíficamente. El doctor miró otra vez el dibujo, lo dobló y guardó en su bolsillo. Él también necesitaba descansar y salió enseguida en busca de una taza de café.
Al día siguiente, la hora del
desayuno se convirtió en un caos. La enfermera se alarmó al hallar la cama
vacía y después de verificar que el baño también estaba vacío fue en busca de
sus compañeras. Ninguna había visto al niño salir del cuarto. ¡Antonio había
desaparecido!
Varios hombres, del personal de seguridad del
hospital, comenzaron a revisar todas las habitaciones del piso. Lo encontraron
en la habitación de su nueva amiga.
Antonio estaba untándole sobre la
frente, una grasa negra que tenía un olor repulsivo. El olor era tan horrible que
ni la entrenada nariz de la enfermera soportaba su peste, y nadie supo de dónde
sacó el espeso ungüento con el que escribió dos equis y unas vocales en la frente de la niña.
- Pronto se podrá ir a su casa- afirmó Antonio y salió del cuarto tranquilamente.
¿El niño se creía una especie de
sanador?
El doctor Gutiérrez comenzó a
sentirse cada vez más incómodo con su extraño paciente. El chico solía mirarlo
con cierto aire de superioridad. Hasta pensó en derivarlo a otro pediatra, pero sabía que sin una razón de peso, no se
vería muy bien que se deshiciera de un niño, porque le producía cierto recelo. Cuando
se enteró que la amiguita de Antonio fue dada de alta, y que estaba curada de su leucemia, Gutiérrez,
otra vez sintió una sensación pavorosa.
Sucedió otro hecho insólito, y quién
sabe si el chico tuvo relación con el evento. En la sala de descanso para las enfermeras, una de las más antiguas
empleadas del hospital fue descubierta quemándose la cara con su propio
cigarrillo. Estela le comentó al médico
que minutos antes, Antonio encolerizado, le reclamó por el olor a humo de
cigarrillo.
Dos semanas se cumplieron en el
hospital y se firmó el alta confirmando el buen estado de salud de Antonio. La
corte le había buscado un hogar transitorio, una pareja de evangelizadores lo
recibirían en su hogar. El matrimonio no tenia hijos. Antonio solicitó para
mudarse que su médico en persona, lo llevase con sus nuevos
tutores. El doctor Gutiérrez no pudo negarse al pedido del juez de menores y un
sábado al mediodía, se trasladó con el niño en su automóvil.
La dirección correspondía a un
templo bastante grande. Al llegar estaba colmado de personas. En el escenario,
el matrimonio, dirigía sus palabras al público. El médico se mantuvo en la entrada
pero Antonio se adelantó y comenzó caminar por el pasillo. A medida que
avanzaba los fieles giraban sus cabezas hacia él. Sin alterarse se sentó en el
primer banco frente al escenario.
Cuando terminó la ceremonia, rápidamente
los fieles se retiraron del edificio. El pastor y su esposa los saludaron e
invitaron almorzar. Gutiérrez se mostró renuente, el niño le sujetó la mano y
la compasión de verlo tan pequeño y tan solo, echó por tierra todos los temores
que le producía el chico.
-Insisto, doctor- le dijo el
pastor- su presencia permitirá al
pequeño tomar confianza con nosotros.
Se reunieron en un modesto comedor.
Fue un almuerzo íntimo. Intercambiaron ideas sobre el cuidado de los niños y el
compromiso de los padres con sus hijos. Antonio permanecía en silencio. Hasta
que el pastor puso la mano sobre su cabeza. Con una mirada feroz el niño sentenció:
-¡Ustedes no saben quién soy! y si
creen que me van a retener en la Tierra ¡Están equivocados!
El tiempo pareció acelerarse y a
pesar de sentir una fuerza centrífuga sacudir el comedor, el médico pudo ver
con claridad, como Antonio sujetó el
tenedor y lo enterró en el cuello del pastor.
Su esposa gritaba, y sus alaridos
demenciales hicieron un extraño efecto en Gutiérrez , que ahora veía otro agresor.
La propia esposa del pastor era quién lo había apuñalado y mantenía con firmeza
el cuchillo en el cuello de su marido.
Un olor a gas comenzó a invadir el
recinto. ¡Todas las hornallas estaban abiertas!
¿La mujer había dejado salir el
gas? Gutiérrez se arrojó hacia la puerta. No podía abrirla. Siguiendo un
impulso demencial, pateó la puerta desesperado. Era previsible lo que iba a
suceder cuando la esposa del pastor sacó lentamente, del bolsillo de su
delantal, una caja de fósforos.
Antonio reía. Reía con ese ruido metálico,
sicótico, casi perverso.
El médico consiguió abrir la puerta, ni pensó
en salvarlo, salió de la casa y subió a
su automóvil.
Alterado, al doctor se le
dificultaba conducir. Había transitado unos pocos metros cuando escuchó el estruendo
de una explosión. Y al mirar por el espejo retrovisor vio al niño, sentado en
el asiento trasero. Antonio y Gutiérrez
se miraron. El pánico se apoderó del conductor
¿Será que sí existe el diablo?
Inquirió aterrado el pediatra. Su pregunta fue respondida con un volantazo que
produjo un vuelco y luego surgieron las llamas.
En el informe policial se dictaminó:
Un accidente doméstico por un
escape de gas y un accidente de tránsito producido por un conductor que estuvo
inhalando gas. Las victimas de ambos siniestros murieron calcinadas.
Varias semanas después, en el sur de
California, un niño se recuperaba de la hipotermia. No traía identificación y
no figuraba en los archivos del FBI. En vano los médicos y psicólogos
intentaron conseguir alguna información, porque el niño no soltaba palabra.
Llegaron a la conclusión que podía ser sordo o hablar en otro idioma, y seguiría internado mientras continuasen los episodios febriles.
La enfermera encargada de pediatría
recibió el dibujo de Grace, una niña de seis años, que se había interesado en
el nuevo residente y cada mañana iba a conversar con él.
- His name is Anthony, but his real name is Xiao Xious.
Le dijo señalando las dos equis
grandes, que estaban al lado de un niño graficado con palotes.
Ya saben, de esos garabatos que
hacen los niños pequeños.
FIN
Autor: MenteImperfecta © Adriana
Cloudy 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario