martes, 9 de diciembre de 2014

ANTONIO ( cuento de terror)


Antonio 


-Doctor, el niño ha vomitado unas cinco veces esta mañana-. Informó Estela, la enfermera a cargo del turno matutino, apenas vio entrar en el pabellón al pediatra.
 El niño llevaba unas 72 horas de internación y los cambios favorables eran mínimos. Habían logrado bajar su temperatura y trataban de mantenerlo hidratado. No recuperaba del todo la conciencia envuelto todavía entre el cansancio y los delirios de su estado Lo habían hallado en estado de hipotermia al costado de una ruta. La policía no tenía ninguna denuncia de un niño desaparecido que coincidiera con sus características físicas. Tendría alrededor de ocho años, su cabello era castaño oscuro, sus ojos negros, de contextura normal para su edad. Al encontrarlo vestía un trajecito de chaqueta y pantalón corto azul marino de terciopelo y una camisa blanca. Un traje anticuado que posiblemente, se tratara más bien de un disfraz. Fue caratulado como una victima de abandono, pero no se descartó que se tratase de un secuestro, sin embargo, nadie en tres días había presentado una denuncia por su paradero.

- ¿Y dijo cómo se llama?- quiso saber el doctor Gutiérrez.

- No - contestó la enfermera- sigue indiferente a nuestras preguntas.

Que no hablase era sintomatología de abuso físico y psicológico. Sus análisis eran normales y no presentaba marcas en su cuerpo. Siendo un niño, no era raro que le costase recuperarse de las horas de soledad y frío. Al quinto día ya sin fiebre, el doctor aconsejó que lo llevaran al pabellón de juegos para los niños. Permaneció sentado en un rincón. Otros niños se le acercaron pero él siguió en silencio. Había transcurrido media hora cuando la fiebre retornó. Un sudor frío lo hacia temblar, enseguida lo regresaron a su cuarto.
Como no se trataba de algo contagioso tenia permitida las visitas. Una niña pequeña pasó la siguiente tarde, junto a su cama. A pesar de tener unos cinco años, la chiquilla, hablaba con propiedad y era muy inquieta. Era conocida por visitar a los demás niños, siempre daba vueltas por otras habitaciones cuando se sentía aburrida. El doctor se alegró al ver que su paciente tenia compañía.

- Se llama Antonio- le expresó simpáticamente la pequeña y le entregó su dibujo al doctor Gutiérrez. Era un retrato de ella y el niño sujetados de la mano y tenia escrita una palabra rara al costado.
El médico sintió un inexplicable y creciente terror al contemplar los trazos. Un garabato de palotes propios de un infante. Culpó la sensación desagradable, a que llevaba demasiadas horas en el hospital. Entonces notó que Antonio estaba viéndolo fijamente; el médico le mostró una sonrisa forzada y le dijo:
- Parece que tienes una nueva amiga- dio vuelta la hoja para que viese el dibujo y el niño puso sus ojos en blanco, girando totalmente sus globos oculares. En su rostro los ojos se volvieron tan blancos como el monigote que lo representaba en el dibujo.
El doctor Gutiérrez le sujetó la cabeza pensando que era un ataque epiléptico. Y el niño comenzó a reír. Una risa estridente, que retumbaba con un sonido metálico. El doctor no supo cuánto duró esa repentina crisis nerviosa porque, él mismo sintió un empujón dentro de su mente.
Al soltar la cabeza de Antonio, éste dormía pacíficamente. El doctor miró otra vez el dibujo, lo dobló y guardó en su bolsillo. Él también necesitaba descansar y salió enseguida en busca de una taza de café.
Al día siguiente, la hora del desayuno se convirtió en un caos. La enfermera se alarmó al hallar la cama vacía y después de verificar que el baño también estaba vacío fue en busca de sus compañeras. Ninguna había visto al niño salir del cuarto. ¡Antonio había desaparecido!
Varios hombres, del personal de seguridad del hospital, comenzaron a revisar todas las habitaciones del piso. Lo encontraron en la habitación de su nueva amiga.
Antonio estaba untándole sobre la frente, una grasa negra que tenía un olor repulsivo. El olor era tan horrible que ni la entrenada nariz de la enfermera soportaba su peste, y nadie supo de dónde sacó el espeso ungüento con el que escribió dos  equis y unas vocales  en la frente de la niña.

- Pronto se podrá ir a su casa- afirmó Antonio y salió del cuarto tranquilamente.

¿El niño se creía una especie de sanador?
El doctor Gutiérrez comenzó a sentirse cada vez más incómodo con su extraño paciente. El chico solía mirarlo con cierto aire de superioridad. Hasta pensó en derivarlo a otro pediatra,  pero sabía que sin una razón de peso, no se vería muy bien que se deshiciera de un niño, porque le producía cierto recelo. Cuando se enteró que la amiguita de Antonio fue dada de alta,  y que estaba curada de su leucemia, Gutiérrez, otra vez sintió una sensación pavorosa.
Sucedió otro hecho insólito, y quién sabe si el chico tuvo relación con el evento. En la sala de  descanso para las enfermeras, una de las más antiguas empleadas del hospital fue descubierta quemándose la cara con su propio cigarrillo. Estela  le comentó al médico que minutos antes, Antonio encolerizado, le reclamó por el olor a humo de cigarrillo.
“Nadie debería fumar en un hospital” fueron sus palabras, y en ése instante, se oyó el grito de la enfermera. Se flageló el rostro con  diez quemaduras;  trazando cuatro líneas se formaron dos equis sobre su piel.




Dos semanas se cumplieron en el hospital y se firmó el alta confirmando el buen estado de salud de Antonio. La corte le había buscado un hogar transitorio, una pareja de evangelizadores lo recibirían en su hogar. El matrimonio no tenia hijos. Antonio solicitó para mudarse  que su  médico en persona, lo llevase con sus nuevos tutores. El doctor Gutiérrez no pudo negarse al pedido del juez de menores y un sábado al mediodía, se trasladó con el niño en su automóvil.
La dirección correspondía a un templo bastante grande. Al llegar estaba colmado de personas. En el escenario, el matrimonio, dirigía sus palabras al público. El médico se mantuvo en la entrada pero Antonio se adelantó y comenzó caminar por el pasillo. A medida que avanzaba los fieles giraban sus cabezas hacia él. Sin alterarse se sentó en el primer banco frente al escenario.
Cuando terminó la ceremonia, rápidamente los fieles se retiraron del edificio. El pastor y su esposa los saludaron e invitaron almorzar. Gutiérrez se mostró renuente, el niño le sujetó la mano y la compasión de verlo tan pequeño y tan solo, echó por tierra todos los temores que le producía el chico.

-Insisto, doctor- le dijo el pastor- su presencia permitirá  al pequeño tomar confianza con nosotros.

Se reunieron en un modesto comedor. Fue un almuerzo íntimo. Intercambiaron ideas sobre el cuidado de los niños y el compromiso de los padres con sus hijos. Antonio permanecía en silencio. Hasta que el pastor puso la mano sobre su cabeza. Con una mirada feroz el niño sentenció:

-¡Ustedes no saben quién soy! y si creen que me van a retener en la Tierra ¡Están equivocados!

El tiempo pareció acelerarse y a pesar de sentir una fuerza centrífuga sacudir el comedor, el médico pudo ver con claridad, como Antonio sujetó el tenedor y lo enterró en el cuello del pastor.
Su esposa gritaba, y sus alaridos demenciales hicieron un extraño efecto en Gutiérrez , que ahora veía otro agresor. La propia esposa del pastor era quién lo había apuñalado y mantenía con firmeza el cuchillo en el cuello de su marido.
Un olor a gas comenzó a invadir el recinto. ¡Todas las hornallas estaban abiertas! 
¿La mujer había dejado salir el gas? Gutiérrez se arrojó hacia la puerta. No podía abrirla. Siguiendo un impulso demencial, pateó la puerta desesperado. Era previsible lo que iba a suceder cuando la esposa del pastor sacó lentamente, del bolsillo de su delantal, una caja de fósforos.
Antonio reía. Reía con ese ruido metálico, sicótico, casi perverso.
 El médico consiguió abrir la puerta, ni pensó en salvarlo, salió de la casa  y subió a su automóvil.
Alterado, al doctor se le dificultaba conducir. Había transitado unos pocos metros cuando escuchó el estruendo de una explosión. Y al mirar por el espejo retrovisor vio al niño, sentado en el asiento trasero. Antonio y Gutiérrez  se miraron. El pánico se apoderó del conductor
¿Será que sí existe el diablo? Inquirió aterrado el pediatra. Su pregunta fue respondida con un volantazo que produjo un vuelco y luego surgieron las llamas.
 En el informe policial se dictaminó:
Un accidente doméstico por un escape de gas y un accidente de tránsito producido por un conductor que estuvo inhalando gas. Las victimas de ambos siniestros murieron calcinadas.


* * *


Varias semanas después, en el sur de California, un niño se recuperaba de la hipotermia. No traía identificación y no figuraba en los archivos del FBI. En vano los médicos y psicólogos intentaron conseguir alguna información, porque el niño no soltaba palabra. Llegaron a la conclusión que podía ser sordo o hablar en otro idioma, y seguiría internado mientras continuasen los episodios febriles.
La enfermera encargada de pediatría recibió el dibujo de Grace, una niña de seis años, que se había interesado en el nuevo residente y cada mañana iba a conversar con él.

- His name is Anthony, but his real name is Xiao Xious.

Le dijo señalando las dos equis grandes, que estaban al lado de un niño graficado con palotes.
Ya saben, de esos garabatos que hacen los niños pequeños.


FIN


Autor: MenteImperfecta © Adriana Cloudy 2014

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