¡FELICES FIESTAS PARA TODO EL MUNDO!
los invito a leer mi primer cuento de Navidad.
Para Joaquín, como para cualquier adolescente de quince años, tener que ayudar en el negocio de su madre resultaba tedioso en todo sentido. Atender clientes durante sus vacaciones resultaba un postre bastante agrio, cuando podría estar dando vueltas por la ciudad o jugando con la play-station pero, sin su ayuda, su madre habría contratado un empleado temporal y en ése caso, Joaquín se perdería un dinero extra que podía gastar con sus amigos.
La temporada de las fiestas se trabajaba horario corrido; tanto
su madre como él no tenían un momento de descanso. Su hermano mayor ayudaba en
el depósito, y aunque estar entrando pesadas bolsas sobre el hombro, no era del
gusto de Joaquín, quién además no poseía la contextura física de su hermano, envidiaba
a veces su suerte. Sobretodo cuando lo veía apoyado en la puerta con una taza
de café diciendo: “¿cómo va todo mamá?”, mientras a Joaquín le tocaba mostrar a las abuelitas de la ciudad, calzones de distintos colores para regalar.
Se vendía de todo, desde porciones de queso hasta metros de
tela. Tenían el negocio más grande del poblado. No había otro comercio similar a
kilómetros a la redonda. Durante la jornada la clientela era muy variada. Joaquín
había dividido a los asiduos consumidores en tres categorías:
Los Zumbadores: esos clientes que hablaban mucho y sin
parar, cuyo tema favorito consistía en hablar de los vecinos.
Los Exasperantes: los que le hacían mostrar infinidad de
cosas y no compraban nada, o elegían lo primero que les había mostrado.
Los Espantosos: En esta distinguida categoría se
encontraban los clientes que ponían a prueba su estómago; al verlos no sabía si
preguntarles que deseaban o ponerse a gritar llamando a su madre y hermano. En
ésta categoría se encontraban linyeras; borrachos; drogadictos, etc. Le
producían terror a Joaquín. Había visto demasiadas películas, dónde asaltaban
al flacucho con cara de bobo apoyándole un arma en la cabeza y él encajaba
justo con ése modelo.
Cuando empezaba a oscurecer aparecían “ellos”, los de la
tercera categoría. Faltando dos horas para cerrar, por seguridad, se bajaban
unas rejas de hierro en la entrada, habilitando una ventanilla pequeña ubicada
en la puerta. Por medio de ella se realizaban las ventas nocturnas. Los
clientes de la tercera categoría siempre se mantenían afuera del local; fue
exactamente al aparecer la luna de la noche anterior a Navidad que, por primera
vez, ingresó a la tienda, un Espantoso.
Joaquín lo vio abrir la puerta, y su visión se centró en el tipo: traspasando el umbral
en cámara lenta y con un movimiento abrió su sobretodo, extrayendo de entre sus
ropas, una escopeta. Lo miró fijamente y emitiendo una risotada jaló el
gatillo; mientras disparaba al techo, seguía riéndose como un enajenado.
Fue una terrible escena, que sucedió por unos cuantos segundos dentro de la
cabeza de Joaquín.
El tipo simplemente era un mendigo. Olía raro, exhalaba un
perfume de sudor añejado, pero no traía armas, en sus manos llevaba varios
billetes arrugados. El sujeto observó las paredes del local, con cierto asombro
infantil; jamás había entrado al negocio, porque era un noctámbulo, de los que
se la pasan durmiendo la borrachera durante el día y se despiertan cuando
sienten hambre. Sin embargo, no le pidió bebidas alcohólicas. Compró una
caja de té, una caja de fósforos, y una bolsa de 10 kilos de azúcar.
Entonces sucedió lo peor... el Espantoso le dijo:
- ¿Me llevas la bolsa hasta mi casa? Es acá la vuelta, a
unas tres calles.
Joaquín le pidió que esperara un momento. Quería decirle que
ya no había azúcar. Imposible. Tenían muchas bolsas a la vista. Buscó enseguida
a su hermano mayor, para que llevase la bolsa; un sudor helado empapó la frente
de Joaquín. El vozarrón de su hermano, pretendiendo cantar, era la señal de que
ya se había metido en la ducha. Su madre daba vueltas entre los mostradores, acomodando
unas telas, al ver que demoraba con el cliente exclamó molesta:
-¡Una bolsa de diez kilos puedes llevarla tú solo!
Joaquín levantó la bolsa y siguió al mendigo. Estaba oscuro,
apenas se veía gracias a los faroles amarillentos
del alumbrado público. Mientras caminaban, el chico, trataba de aguantar la
respiración, para que el hedor raro que tenía el hombre no llegara a sus fosas
nasales. En la primera cuadra reconoció que terminaría violeta y desmayado en
la calle, si persistía en su intento de no respirar.
El mendigo no le hablaba, y esto le parecía todavía más
amenazador. El silencio entre ellos se interrumpía por el ruido de los pasos
sobre el asfalto. El sujeto llevaba dos zapatos diferentes y de seguro no eran
del mismo número, ésta incomodidad lo obligaba a caminar arrastrando los pies.
Resultó que no eran tres calles de distancia, ¡eran seis
calles! Joaquín sentía que sus riñones se deslizaban hasta sus rodillas con el
peso de la bolsa de azúcar.
Los dos llegaron finalmente, a una casucha de madera. El
Espantoso abrió la puerta de su morada, y le pidió a Joaquín que dejase la
bolsa de azúcar en la cocina. Al entrar, el
muchacho escuchó que cerraban la puerta con llave. Dejó la bolsa, se incorporó
asustado y tuvo que esforzar la vista para distinguir algo, dentro de la
casucha totalmente a oscuras. Un fósforo se encendió y enseguida una vela
iluminó precariamente el lugar.
- Tengo que cerrar rápido la puerta- le dijo- porque sino
ellos pueden escaparse. Les gusta la noche pero...la noche es peligrosa para
cualquiera.
Y para confirmar de quién hablaba, siete perros de
diferentes tamaños, se incorporaron de los rincones dónde estaban echados. Entonces,
Joaquín pudo identificar a qué se debía el extraño olor que despedía la ropa.
Perros. El mendigo recogía y cuidaba perros de la calle.
El viejo rió alegremente, rodeado de las colas que se
agitaban entusiasmadas con la llegada de su amo.
Joaquín quería regresar a su casa sin verse como un tonto
miedoso y recordando una gran reunión que se realizaba en la Iglesia le
preguntó:
- ¿Usted pasará solo la Nochebuena?
-¿Te parece qué estoy solo? Ellos se preocupan por mí y yo
me preocupo por ellos.
- Quiero decir... si espera la visita de amigos, porque en
la Iglesia...
El viejo sonrió, rascándose la frente. El
chico era demasiado joven para tener idea de como funcionaba el mundo.
- En la vida los buenos amigos encuentran su camino y se
alejan, solamente los mejores amigos se quedan contigo pase lo que pase.
Los perros se sentaron cerca del Espantoso. El viejo se agachó para abrazar a cada uno de los siete canes. Fue extraño y enternecedor.
Los peludos compañeros del mendigo apoyaban la cabeza sobre su hombro de una
forma tan tierna que Joaquín se sintió conmovido.
- Un abrazo con ellos y ya tengo una feliz Navidad.
Cuando Joaquín llegó a su casa, el negocio estaba cerrado; un cartel colgado en la puerta anunciaba: “CERRADO POR NAVIDAD” al
cruzarse con su hermano mayor le preguntó:
- ¿Me das una abrazo navideño?
- ¡No seas payaso!-le respondió su hermano arrugando la
nariz.
Y su madre, que antes de cenar deseaba tener ordenadas las
cuentas del negocio, cuando Joaquín solicitó un abrazo, ella dijo sin mirarlo,
mientras sumaba con la calculadora:
- Hijo, en otro momento... estoy muy ocupada.
La mañana de Navidad, Joaquín fue a la cocina, juntó todas
las sobras de comida de la cena y tomó del negocio un pan dulce navideño, de
esos costosos y elegantes panes de frutas que vienen en una bonita lata
decorada, y que muy pocos clientes estaban en condiciones de pagar.
Silbando un villancico se dirigió a la casa del hombre de
los perros. Los peludos amigos del cliente estaban afuera y lo recibieron meneando la
cola; Joaquín abrazó a cada uno de los canes, les dio de comer y dejó el pan navideño junto a la puerta.
Aquella Navidad, el muchacho entendió que si el cariño
empieza a disiparse de la naturaleza humana, todavía habrá en el mundo, una
enorme cantidad de amor que se mantiene firme y leal sobre cuatro patas.
FIN
Cuento Navideño dedicado a: Blankie, Lobo, Rocky , Violeta ( que juegan en el cielo) y a Rusia
mi nuevo trocito de amor blanco y peludo.
DICIEMBRE 2014 ARGENTINA
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