CAPITULO I
La pequeña caja
( SEGUNDA PARTE)
Sentada en un elegante sillón
bordado de color azul, una anciana, de facciones delicadas la observaba. Era, a
simple vista, toda una señora de la aristocracia. Vestida con un elegante
vestido verde oscuro, ataviada un collar de perlas y varios anillos en sus
manos. Tenía una mirada serena y amigable. Sus ojos eran tan azules, que uno no
podía dudar, como en su juventud habrá enamorado a varios hombres. El ama de
llaves, dio media vuelta y se retiró sin esperar que la despidiesen. El eco de
sus pasos alejándose, resonó por el pasillo. Jacqueline comprendió que la
anciana cuando la necesitara la haría regresar, usando la pequeña campana
dorada ubicada sobre la mesita ratona
frente al sillón.
-Estoy en otra época- pensó,
fascinada por la situación.
-Mucho gusto señorita Jacqueline
Brunel. Bienvenida a mi casa. Le aseguro que es una encantadora rareza recibir
correo. Siéntese por favor.
La anciana tenía una voz clara y
grandilocuente, pero poseía un tono suave y maternal para expresarse. Hizo un
amistoso ademán con su mano indicando a Jacqueline se sentara junto a ella.
–Gracias señora. Ésta es la encomienda. Se
trata solo de una caja pequeña, pero debo advertirle que no tiene remitente .Y
no tengo ninguna información sobre quién la envía.
Ester buscó
sus lentes en un estuche. Se los colocó y
examinó la caja con curiosidad. Desde hacia varios años estaba retirada
de la vida social. Pasaba sus días sola dentro de la casa; su tiempo lo ocupaba
cuidando con esmero las obras de arte y los muebles heredados de su familia. La
mansión era su mayor patrimonio y su mayor refugio, ni ella misma podía
afirmar si era feliz en su soledad, pero prefería vivir en paz con sus recuerdos.
- ¿A ver? ¿Sin remitente?-la
venerable mujer, se colocó los lentes y reviso al pequeño paquete-¡Es verdad! ¿Quién enviaría algo
así? –exclamó la anciana.
- Lamento no poder informarle. Mi deber es asegurarme personalmente que llegue a vuestras manos, pero no tengo detalles sobre el emisor.
Ester indagó rápidamente en su mente
quién, entre sus conocidos, podría enviarle una encomienda. Enseguida suspiró ante el
fracaso de su memoria.
- Ha sido usted muy amable
señorita de venir hasta aquí. Parece que ha llegado en perfecto estado.
- Es mi trabajo señora, y si me
permite le confieso que ha sido muy
lindo poder conocer su casa.
Comentó con sinceridad,
Jacqueline, que ya había dejado de lado ese miedo de ser secuestrada por un
asesino misterioso. Sentía muchísimas ganas de preguntarle sobre la historia de
la enorme residencia. La historia del imponente edificio tenía que ser muy
interesante. No obstante, guardó compostura, no se arriesgaría a que llegaran a
la empresa que la contrató, malos comentarios sobre su comportamiento.
- Entonces abriré la caja, y las
dos nos sacaremos una parte de tantas dudas-dijo sonriendo la anciana dama.
Antes examinó, otra vez, la
pequeña caja. Sólo figuraba escrito su nombre y dirección. Con un poco de
dificultad fue rompiendo el papel que la envolvía. Sus manos llenas de pequeñas
arrugas, se esforzaron por descubrir el interior del contenido. La anciana, se
quedó mirándolo en silencio. Jacqueline intrigada observó con atención su
rostro. Trataba de adivinar por su expresión, si era una buena noticia o todo
lo contrario. La venerable dama se sacó los lentes. Recorrió con la mirada nostálgica
el salón, como buscando algo que ya no podía recuperar.
-Jamás pensé recibir esto- dijo
Ester conmovida.- Sabe Jacqueline que hay aquí ¡Un verdadero tesoro!
Acercó la pequeña caja hacia la
chica, para que Jacqueline pudiera observar lo que estaba dentro.
Entonces la joven vio muchísimas y pequeñas
semillas, que colmaban el interior de la cajita. Descubrir que la encomienda era
una cosa tan simple como un puñado de semillas, causó sin darse cuenta que la
muchacha utilizara un tono despectivo, para expresar su desilusión.
- ¡Pero...si son un montón de semillas!
Se cubrió la boca era tarde para
lamentar su exclamación. Su reacción no pretendía afectar a la anciana. Jacqueline se reprochó no ser más
prudente. Aunque no podía evitar sentirse muy desilusionada. Ella suponía que transportaba
algo de mucho valor: como una joya antigua. Sin embargo aquella pequeña caja
tenía un valor especial. La clase de valor que el dinero no puede dar; una
valor que solo es dado por el corazón.
Ester depositó con cuidado la cajita
sobre la mesa ratona y se levantó lentamente del sillón. Era una mujer mayor
pero se mantenía bien erguida y poseía una presencia distinguida. Caminó con
paso firme hasta el piano y empezó a ejecutar la sonata número 16, de Schubert.
Jacqueline no sabía que pieza
estaba interpretando, pero notaba que la mujer era una gran pianista. La melodía
la estremecía. Cada nota la hacía presa de una mezcla de angustia y alegría.
-Me han enviado, mucho más que unas
simples semillas- comentó Ester, mientras continuaba tocando el piano y luego
le preguntó - ¿Le gusta esta clase de música clásica Jacqueline?
– ¡Si señora!-respondió
efusivamente la joven.
Ester siempre sentía que, por
medio de su piano, realizaba un rápido viaje hasta aquellos días cuando su
cabello eran totalmente rojo y su piel tan lozana y suave como la seda. La
juventud huyó con los años, pero cuando sus dedos todavía podían acariciar las
teclas, y la música acariciar el pasado. Sonriendo feliz, la pianista, le
explicó a Jacqueline de que se trataba la encomienda.
- ¡Las semillas, son un verdadero tesoro! ¡Su valor es
incalculable!
Ester, no habló más y continuó
sumamente concentrada en cada nota que ejecutaba, como si estuviera fundiéndose
con el piano. Jacqueline empezó a lamentar haber desechado la idea de irse
inmediatamente al entregar la caja. La mucama no aparecía, la anciana seguía
ejecutando la sonata. La música era exquisita, pero tenía una gran de tensión
en su melodía. Jacqueline disfrutaba el concierto privado, sin embargo, a la
vez se sentía bastante incómoda dentro de esa casa. Y aunque Ester no parecía estar desvariando, tampoco nada le
garantizaba lo contrario. La muchacha, después de varios minutos, se decidió a
interrumpir.
- ¿Por qué, son tan especiales
esas semillas? ¿Pertenecen a alguna planta extraña?
Dijo levantando la voz, sin estar
segura si su presencia en la casa molestaba, o si se había topado con una persona excéntrica y solitaria,
desesperada por visitas. La clase de persona que al recibir un paquete sin
remitente, sufre el despertar en su mente de algún viejo y angustiante recuerdo.
Entonces termina atacando a la chica que llegó a su casa portando el detonante
de una oculta locura.
Para ahuyentar los sombríos
pensamientos Jacqueline respiró profundamente. Era mejor conservar la serenidad.
Además Ester Molinari seguía tratándola amablemente.
- ¡Son semillas de rosas!
Pertenecen a una variedad muy especial- respondió Ester, y le confesó con mucha
ternura- porque pueden cambiar la vida de una persona-.
La melodía sirvió de fondo para
el relato de Ester.
- Cuando era joven, yo tenía un
enamorado. Él siempre venia a visitarme con un ramo de una exóticas variedad de
rosas rojas. Juntos un día, decidimos cultivarlas. Fue una gran experiencia que
unió nuestros corazones- el recuerdo la emocionaba y continuó hablando con
entusiasmo.- Mi jardín estuvo lleno de
esas rosas rojas, todo el pueblo se admiraba; con el paso de los años se fueron
extinguiendo. Desaparecieron. No pude volver a ver una rosa como aquellas que
habíamos sembrado. También perdí a mi gran amor de juventud.
Lo que agregó era una gran verdad para ella, y
su voz adoptó un tono firme.
-El mundo, cambió lamentablemente
se perdió la admiración hacia los detalles simples. Nadie le da ahora a una
rosa, el valor que se merece. Y nadie cree ya en su poder mágico de sanar las
heridas del alma.
Esta pequeña lección de vida
estremeció el alma juvenil de Jacqueline. Se sabe que toda mujer tiene un
espíritu romántico, y Jacqueline también lo tenía. Ella provenía de un lugar
donde solamente se pensaba en el dinero y en hacer más dinero; cada persona día
tras día intentaba sobrevivir en un mundo voraz y competitivo. Pero el entorno
donde creció y vivió Ester Molinari era diferente. A la vista estaba, que tuvo
una vida sin privaciones económicas, pero marcada posiblemente por grandes
pérdidas afectivas. Con la intención de reconfortar a esa anciana solitaria, le
sugirió:
- Señora, con un poco de trabajo
podrá recuperar las rosas de su jardín.
-¿Serán las
mismas rosas?-Ester detuvo en seco su interpretación de Schubert. Miró con
atención sus manos por un instante; no podía engañarse a si misma cuando sus
propias manos, le confirmaban que el
tiempo del amor se había escapado para siempre.
- Yo ya no soy
la misma-exclamó finalmente resignada.
Volvió a
sentarse al lado de Jacqueline, tomó la campana y la agitó. En pocos segundos
estaba presente en el salón, el ama de llaves.
-Teresa. Tráenos
unas tazas de té inglés, por favor.
Teresa inclinó
la cabeza, y desapareció enseguida en busca del pedido de Ester. Y nuevamente a
solas, las dos mujeres, siguieron conversando. Jacqueline, estaba muy interesada
en el relato e imaginaba miles de
escenas de novelas en su cabeza.
- Cuando él, tuvo que marcharse
me dijo: “Cada vez que me extrañes, búscame en una rosa. No en cualquier rosa,
sino las que tienen en sus pétalos besos para ti.”
- Qué lindas
palabras, creo que ningún hombre podría ahora, decir cosas como esas.
La joven ya no sentía estar sumergida en un
cuento de terror, sino en una novela romántica. Con suerte esperaba también
tener su propia historia de amor, algún día.
- Jacqueline, si los hombres no tienen necesidad
de hablarnos de esa forma, tal vez, sea por culpa de las mujeres. Ya no pedimos
rosas. Esa rosa única que existe para cada una de nosotras. Prueba de respeto y
de un sincero interés en ganar nuestro corazón.
Recuperar una
actitud de ese tipo de parte de los hombres, era algo imposible. El
romanticismo y el comportamiento de un caballero quedaron fuera de moda y las
dos, a pesar de la diferencia de edad, lo sabían bien. La muchacha movida por
una curiosidad casi felina interrogó a Ester, debía tener una mínima idea de quién le habría enviado la pequeña
caja.
-¿Pero quién
envió las semillas? ¿No será su antiguo amor, quién le envió las semillas?
Ester, simplemente a modo de respuesta, negó
con la cabeza. En ese momento Teresa trajo la bandeja con las tazas del
aromático té. Sirvió las tazas. Acomodó maquinalmente dos pequeños platos con
masas de crema y chocolate, sobre la mesita. Jacqueline prestó atención al
rostro de Teresa, estaba segura que su presencia en la mansión disgustaba a la mucama.
¿No sería la empleada la psicópata de la casa?
Un escalofrío la
estremeció. Teresa terminó su tarea y se retiró sin decir una palabra.
Ester Molinari,
no parecía notar o importarle, el comportamiento casi insolente de su empleada.
La visitante detuvo sus oscuros presentimientos referentes a
Teresa, para intentar otra vez ,descifrar el origen de la encomienda
- Realmente señora Molinari ¿No
desea saberlo? Quizás yo puedo...
- Tengo setenta
años Jacqueline. Aprendí que los misterios son parte de la vida y es agradable
que continúen siendo misterios.
De esta forma,
la dama, ponía fin a las insistentes
preguntas de la jovencita.
- Estoy siendo
demasiado indiscreta- se reprendió internamente Jacqueline. La conversación
siguió por el lado de la música. Ester había estudiado piano desde los siete
años y solía tocar en las reuniones familiares. Sin darse cuenta la plática se
extendió por casi dos horas. Jacqueline agradeció la merienda que le habían
ofrecido y se dispuso a despedirse:
– Es un placer
haberla conocido señora. Estoy feliz que el paquete en cierta forma haya sido
un mensaje de amor, y le agradezco de corazón toda su atención. Mi trabajo ha
finalizado por hoy, señora Ester. Debo regresar a la ciudad.
- Gracias a ti Jacqueline.
Ha sido un placer vuestra compañía y recuerda
que una rosa no es una simple flor. Ellas pueden cambiar la vida de una
persona, tanto de quien la recibe como de quien la entrega.
Toda la sabiduría de esta sofisticada mujer,
no sería olvidada por la joven visitante. Realmente daría lo que fuese por
tener la oportunidad de volver a la casa y ser en el futuro su amiga. Y si no era mucho atrevimiento, hasta la
considerara una nieta del corazón. Porque Jacqueline nunca había recibido el
cariño de una abuela. Era un deseo imposible. Su vida estaba en la ciudad, y
pronto ingresaría a la universidad. Su vida social era cómo la que tiene toda
chica de su edad, bailes, cine, noches de pizza. Tenía muchos amigos, ¿qué iban
a pensar si, los fines de semana los dejara a todos plantados por visitar un
pueblito perdido?
Ester sacudió
nuevamente la campanita y enseguida regresó la empleada al salón.
-Acompaña a
Jacqueline, Teresa. Después prepara todo para ver El mago de Oz -le ordenó
Ester y preguntó a su visitante- ¿Vio
alguna vez esa película?
-No
señora-respondió la joven.
-Se la
recomiendo, trata del cariño al hogar y la fuerza de la amistad. Es una hermosa
película.
La empleada en
silencio la acompañó hasta la puerta. Teresa le dedicó una especie de sonrisa
acompañada de una mirada extraña y cerrando lentamente la puerta, le dijo.
-Hasta pronto
señorita. Gracias por todo.
Jacqueline tuvo
que caminar por el camino de tierra para llegar hasta la estación de trenes y
demoró bastante más de lo calculado, unos cuarenta minutos. Durante todo el
trayecto fue pensando en las palabras de la señora Ester. Cuando por fin llegó
a la estación, su corazón le decía que se diera un tiempo para conocer mejor el
lugar. Se acercó a la boleteria a
verificar los horarios de salida, y de repente, llamó su atención un vendedor. Era realmente muy guapo y
alegremente gritaba:
-FLORES, FLORES COMPRE
FLORES,
BARATO EL RAMITO DE VIOLETAS,
BARATO EL RAMITO DE
JAZMIN.
Al verse observado, el muchacho se aproximó
hacia Jacqueline. Ella se puso roja como un tomate. Era una chica moderna pero
muy tímida y le daba vergüenza que aquel hombre joven y bastante apuesto, la
haya sorprendido fijándose en él.
En realidad atrajo su atención el colorido
puesto de flores y la forma tan simpática del muchacho de vender su mercadería.
Acostumbrada a tratar con esas florerías
donde los ramos se piden por teléfono, el negocio se le resultaba encantador y
el vendedor también. Muy alto, de cabello negro y ojos verdes; tendría unos veintiséis años. Se
dirigió hasta donde estaba Jacqueline, con la mirada brillante.
-¿Flores señorita?-preguntó con
la sonrisa más encantadora del mundo.
– No, gracias.
Respondió ruborizada, Jacqueline.
El vendedor regresó a su puesto y ella volvió a mirar los horarios de salida de
los trenes. De pronto el muchacho estaba de nuevo a su lado. También mirando
los horarios de los trenes. La espió con el rabillo del ojo. Sonrió y extendió
hacia Jacqueline un pimpollo blanco de pétalos carnosos y perfumados.
-¿Puedo darle una rosa? No se
enojará conmigo si le digo que usted es, lo más bonito que ha visitado San
Onofre.
El corazón de Jacqueline se
detuvo unos segundos. Sentía frío y calor al mismo tiempo. No era la primera
vez que un hombre era galante con ella. Pero cuando Cupido está cerca, suelen
ocurrir ciertas cosas que uno no se imaginaba que podrían pasarle.
– Gracias-dijo la jovencita- Es una
rosa blanca preciosa.
Entonces el muchacho le aseguró
algo que para una chica de pueblo o de ciudad nunca podía resultarle
indiferente.
-La miro y me parece que la rosa,
floreció sólo para usted
En la voz del joven había una
seductora sinceridad.- Mi suerte es demasiado para un día- pensó Jacqueline, y
susurró suavemente sobre los pétalos.
-Tal vez
sea cierto lo que dicen: las
rosas cambian la vida de las personas.
-¿Ya tiene que irse? ¿Puedo
invitarle un café?
-Estoy de paso... es la primera
vez que vengo-contestó ella.
Un muchacho cordial, educado y atractivo.
Jacqueline no podía pedir más. Y él, sin esperar su respuesta, se presentó
formalmente.
- Mi nombre es Víctor Valente. Aceptaría tomar un
café conmigo, o ¿soy muy atrevido? Le aseguro, que no siempre que llega a este
pueblo una chica, suelo hacer este tipo de invitaciones.
Le resultaba adorable que no la
tuteara. Además le parecían adorables los hoyuelos que se formaban en las
mejillas del muchacho mientras le sonreía. Ninguna señal de alerta se agitaba
en la cabeza de la joven mujer. Seducida por la amabilidad del desconocido,
decidió superar eso que llaman timidez.
-Acepto, con la condición de que
me explique todo sobre este tipo de rosas-fue la respuesta de Jacqueline.
Sería una anécdota para contar a sus amigas,
cuando regresara a la ciudad. Un café en esa pequeña confitería de la estación
no estaba mal. Era la oportunidad de conocer a alguien, posiblemente
interesante pero, sobretodo buen mozo. Y
la conversación se trasformó en un momento delicioso para los dos.
-Me pertenece el puesto de
flores, herencia de familia, me ocupo de él durante el verano-dijo el joven y
siguió presentándose- Soy profesor de historia, en el invierno doy clases en el
colegio secundario del pueblo.
El café era exquisito o para
Jacqueline lo era, igual que la compañía. ¿Existe el amor a primera vista? o
era demasiado pensar eso. Aunque recién conocía a Victor, ella sintió que no
eran dos extraños. En su corazón el pueblo, su gente, el paisaje y los olores
del aire le daban la sensación de estar en su casa.
Hacia tiempo que la joven deseaba
un rumbo nuevo en su vida. Afortunadamente el trabajo que había encontrado se
los estaba ofreciendo. Conversaron plácidamente, Víctor y Jacqueline,
hasta las diez de la noche, hora que salía el tren rumbo a la capital. Ella le
contó la razón de su llegada. Pero por una cuestión de ética laboral fue
discreta y nunca mencionó el contenido de la caja.
El muchacho conocía a la familia
Molinari. Los padres de Víctor eran viejos residentes del pueblo. Su madre
siempre había tenido el puesto de flores. Ahora, siendo ella una persona mayor,
él lo atendía de vez en cuando; porque
sabía que su progenitora, no deseaba cerrarlo.
-Cuando regresa alguien al
pueblo, lo primero que hace es comprar un ramo de flores. Para su madre,
hermana; esposa o para llevar al cementerio-Le informó Víctor, orgulloso de la
costumbre de su gente. No en todas partes se tenían detalles tan considerados.
-Siempre se vende muy bien. Mi
madre pagó mis estudios con este puesto.
Jacqueline habló con él acerca de
sus proyectos: Estudiar literatura, tener una casa propia. Ambos vivían con sus
padres. Pero Víctor no pensaba en vivir sin su madre o lejos de ella. Él, era
el sostén principal de la casa.
Jacqueline, en cambio si pensaba en independizarse. Coincidieron también en la
literatura, los dos amaban los libros.
Incluso Víctor confesó, que tenía
serias intenciones de convertirse en escritor algún día. La tarde pasó volando
para Jacqueline. Le costó bastante despedirse de Víctor. Intercambiaron sus números
de teléfono. Cuando subió al tren, ella se asomó a la ventanilla. Él, la buscó
desde el andén.
Víctor, se quedó en la plataforma un largo
rato saludándola con la mano en alto. Aparentemente para Jacqueline, su deseo
se cumpliría. No iba a ser la única visita a
San Onofre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario